Te acerco, con este vaivén de desquicios insolentes. Te acerco con el ladeo de mis vértebras, que son veinte horas al día de desasosiego en tiempo real. Te acerco con esta incalma que, a vista de ráfaga, sería como la danza de un reptil en muerte súbita. Te acerco con el mentón apoyado en cien pensamientos y sólo uno. Te acerco con una palabra y sólo cien, impronunciadas ya. Te acerco con este descalabro impoluto que junta mi alma con tu alma, por no sé que azar. Te acerco, por un instante, con la tenue luz de una luna eclipsada. Te acerco con mi fe hecha pedazos y vuelta a armar. Te acerco, apenas, con mi lucidez tentada siempre por desvaríos impenitentes. Te acerco, pues, con mis fantasmas que andan sueltos y haciendo de las suyas. Te aproximo con mis fobias disfrazadas de sonrisas perentorias y desconsuelos encapsulados en lágrimas que se niegan a rodar. Te acerco con un cataclismo de malos modales (¿qué esperabas de mí, aún ahora?), muecas involuntarias y desvelos que van pintando sin respiro mis líneas de expresión. Te acerco con mis ojos cerrados, que ahora –a pesar de mi lasciva promesa– empiezan a llorar y besan el abismo de tu ausencia compuesta de laberintos inexplorados. Te acerco con tus fotos pobladas de nostalgia. Te acerco con un suspiro y sólo cien, demacrados. Te acerco con las manos despojadas de cien caricias y acaso una, tuya, por supuesto. Te acerco con todo eso que hace falta, al fin, para repelerte, desterrarte, sacarte de mí y dejarte descansar: tinta azul y un mustio papel impregnado con estas precarias confesiones que irán a dar al tacho. Y aún así, te acerco. Q.E.P.D. |