Ante el altar de la noche te tuve

mirándote fijamente a los ojos me arrodillé para pedirte que fueras mi esposa.

No esposa con papeles, no esposa ante tanta gente,

solo que fueras mi esposa de alma.

Nuestra juez fue la luna y las estrellas testigos infaltables

cómplices de nuestra locura.

No se que iluminaba más la noche,

si tu sonrisa nerviosa o la luz de la luna.

Escuchamos atentamente a nuestra casamentera

mientras terminaba ese ritual.

y después sentimos la caricia del viento que nos bendecía.

Un concierto para los dos hacía el silencio

mientras te besaba y tus manos entrelazaban mi cuello.

Volvimos nuestra mirada al cielo para buscar las estrellas que nos identificaban,

pero celosas las nubes las tapaban,

y poco a poco la luna también se fue despidiendo,

dejando a dos personas casadas bajo los preceptos de la noche,

con las reglas del amor sutil, suave y escondido.

Ahora solo espero la muerte de la tarde

para poder conversar con mi juez y mis testigos,

y preguntarles donde estás, que estas haciendo.

Pidiéndole solo una cosa; que me vuelva a traer tus labios, tu olor, tu piel, tu risa.

No se si fue un sueño que pareció real,

aunque prefiero que sea una realidad mágica,

que se descubra con la llegada de la noche esa noche que oculta mil y una historia,


pero que debela la nuestra.!