El autobús se alejó del andén y la mano que tiraba un beso desapareció para siempre; por fin, se superponía a la otra, la del próximo reencuentro. Sonriente, hierática, amable, envió su mejor deseo. Había sido día 30 entonces. Mañana serían las uvas más tristes de su vida y a esas horas no lo presentía, las había comido huérfanas, pero resulta increíble el sabor del olvido... Mañana los recuerdos, las imágenes, las palabras ametrallaban su mente una y otra vez. Comparaciones inevitables, interrogaciones retóricas, ella, yo, antes, ahora, verdad, mentira, confiar, desconfiar, cuándo, dónde, por qué yo, por qué yo no... Día 30, sol de marzo, espera en el andén: mariposas, sorpresa, miedo... Ahí está el tren, primer abrazo, buenas vibraciones. Qué alegría, parece increíble. Todo fluye. (¿El azar o la lámpara? -Demasiado azar) Resultas diferente a lo que imaginaba, me gusta tu sonrisa, tienes unos ojos muy bonitos –ya te lo habrán dicho. Sí, cierto –la genética. Ja, ja, ja. La playa mece los deseos en la piel de arena. Un poquito (más... más cerquita, más). “¿Puedo apoyarme aquí?” -Claro, (y así te toco el pelo) O estoy soñando o el genio me concedió los tres deseos, por fin. Será, qué será. Días mágicos, llamadas balsámicas, palabras mágicas. Días, semanas, meses. Fin. Día 22. ¿Qué pasó? ¿Por qué? Ah no sé, paréntesis, hay que pensar todo esto. El fin. Epílogo: no mires atrás en el andén, la imagen permanecerá como una promesa.