Él está encima la tarima de madera, el telón aguarda. Tierra, cosas, no cosas, movimiento de viento en gran cantidad de agua, el mar en ojos que procesan. Sabor, olor, no nada. Interactuando en el mundo que se gesta, él. Instante en una gran ciudad costera, en el rincón de algún tejado transitable, en su límite, marcado por barras de hierro que fortifican el edificio.
- ¡Niño, no te subas ahí!
- ¡No, ...señor!
Hay cielo gris de invierno que muere con la ciudad, viento olor a pollo del chino del lado, y de desperdicios. El sol, como casi todo, no se ve pero gira -todo gira- alrededor las calles grasientas, en movimiento perfectamente desincronizado con el aleteo de las gaviotas suspendidas al aire. Compulsión zis, compulsión zas.
...- ¡Es por tu bien, chaval! ...
Niño de sueños y fantasías en un viejo habitáculo, nace y muere el contínuo espacio tiempo. El instante. Arco iris de fondo que se acerca con la brisa del atardecer, casi entrada la noche. Es primera mañana, temprano.
A continuación, un pastel de bizcocho al limón y mucho azúcar. Con chocolate esparcido en la cima y ciruelas montadas en nata que lo coronan. Sin embargo, el único olor dulce es el del croissant con chocolate que sostiene el tal señor.
- ¡Niño, que no te subas ahí!
- ¡No ...señor, no volverá a ocurrir!
El niño deja de asomarse. Se baja del pedestal en el que divisaba la ciudad. Camina en dirección al señor. Lo cruza con una tímida sonrisa y con la cabeza un tanto inclinada hacia abajo.
- ¡Bien, a ti también te terminarán gustando las cosas bien hechas.
Compulsión zis, compulsión zas. El hombre riendo y el niño llorando. Nunca habían estado tan juntos.

(Niño, para sí mismo) -¿El hierro es para clavarselo uno o para impedir saltar?
(Señor, para sí mismo) -Perfecto, muchacho.