Deslucido por la capa de polvo y los años, en un estante de la enorme habitación que hacía las veces de biblioteca y sala de estar, se le podía encontrar.
Su lento caminar lo llevó hasta el pequeño mueble que lo elevaría lo suficiente sobre el terreno como para poder alcanzar su objetivo.
Las letras y dibujos que lo diferenciaban, que marcaban su personal característica, apenas si se veían. Le costó localizarlo pese a conocer su situación exacta, tal era la máscara que los años le había conferido.
En la casa, nadie más había destinado su tiempo libre a la lectura. Una pena, pues contaba aquella biblioteca con una colección inmejorable, más completa que la existente en el recinto público habilitado en el ayuntamiento de aquella localidad costera.
Bajó con cautela de aquel pedestal con el objeto de su búsqueda entre las manos. Mientras se dirigía hacia una butaca que se hallaba situada junto a la enorme ventana por la que se divisaba el paisaje agreste del mar golpeando las rocas, sus manos, convertidas por el paso del tiempo en torpes instrumentos, que apenas podían moverse sin producirle dolor, intentaban devolverle, sin lograrlo, aquel aspecto que él recordaba de la primera vez que lo tuvo frente a sus ojos.
Se dejó caer en el cómodo asiento que siempre le había acompañado en sus lecturas, arropado por la suave luminosidad que entraba por la ventana, luz tenue que le obligó a encender la eléctrica, pese a no ser partidario de ella, pero su vista cansada ya no daba para más.
Sus manos temblaban ante aquél ejemplar mientras de sus ojos surgían pequeñas gotas, fruto no se podía saber bien, si de la emoción del momento, o del cansancio de aquellos avejentados órganos.
La portada dio paso a un título que comenzó a leer en voz baja:
“A... “.
A las pocas horas, el bullicio y la expectación se habían adueñado de la biblioteca.
“No te preocupes por colocar el libro ahora en su sitio, lo importante es llevar al abuelo al cuarto para arreglarlo para el entierro.”
“Sabéis, debió fallecer contento. Alcanzó su meta. Siempre tuvo miedo de no leerlos todos, y creo que este ejemplar confirma su logro.”
Sobre la butaca que un minuto antes había ocupado el anciano dejaron el libro titulado: “Abecedario: de la A a la Z. Ilustrado”.
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