Un interminable invierno
El recuerdo tembloroso se había quedado guardado en las fotos desteñidas que de vez en cuando miraba; así recordaba con mas nitidez el tiempo añorado de la infancia y de la juventud.
Hacía cinco años que erraba por las calles y avenidas de aquella ciudad, que antes, ya hacía mucho tiempo atrás, había imaginado idílica y resplandeciente de luces.
Cuando el cielo empezaba a oscurecer lograba conservar el hilito de los pensamientos entablando un diálogo consigo misma, pero el habla nocturna no había arrancado de hecho ese palpitar incierto de los recuerdos. Hasta se los rememoraba como si todo lo que hubiese vivido desde aquel instante preciso de la escapada, hubiese existido sólo en sueños. Un olor, un soplo de viento, una nube de forma extraña, la hacían retornar al pasado con la impresión de no haber zarpado nunca. Pero no recordaba cuándo había emprendido esa cabalgata, pasando por oficinas y antesalas de espera, sentándose en bancos usados por traseros ajenos. Y siempre con la esperanza de desenredar la madeja de decretos que la obligaban a volver a empezar los trámites que ya creía terminados. Aceptaba las respuestas lacónicas, las muecas despectivas
- le falta un tampón, vaya a la ventanilla de al lado - y al lado le respondían - tiene que esperar la convocación. Y la convocación llegaba - es para que llene un papel ; le falta la estampilla, esta ya pasó de moda, no vale - . Con timidez se atrevía a preguntar :
- Sólo quisiera saber adónde puede estar, que le habrá pasado, salió a la calle y nunca mas volvió... - Y ese "nunca mas volvió" sonaba a sus oídos con resonancia de tango. Alguien le respondió una vez - " a lo mejor se fue con otra..." - y oyó su propia voz que respondía :
¡Eso no puede ser, él nunca fue infiel...! Luego, sorprendida por la rapidez de su respuesta había callado temerosa. La voz detrás de la ventanilla había agregado -"¿quién sabe? todas tienen la misma esperanza, se creen únicas; vuelva mañana, a lo mejor tendremos informes..." -
El verano se iba apagando poco a poco, el otoño había empezado a enrojecer las hojas de los árboles bajo el paso acompasado de las botas. El parque respiraba una humedad de selva marchita. Ajena a los sonidos que no fueran los de su propia música interior, Ana paseaba bajo la sombra fantasmagórica de los árboles deshojados.
El tiempo pasó. De París recibió una carta del hijo ausente : "Mamá - decía - aquí estoy trabajando, le mando el pasaje para que se venga a vivir conmigo, yo sé que ya no volveremos a ver más al pobre viejo, quién sabe adónde estará enterrado, y a lo mejor ni siquiera lo enterraron..." -
Ana trató de vender los muebles. Regaló un poco de ropa. El pasaje llegó en un sobre que lucía una Torre Eiffel dibujada por un pintor desconocido. La cercanía del hijo que un día había renegado a su patria, la ayudaría quizás a esperar con confianza.
Lejos de la atmósfera confinada de las oficinas y comisariatos la silueta del esposo desaparecido cobraba un valor mítico.
- Te traje su reloj de bolsillo, no olvides de darle cuerda...
El hijo había recibido el regalo tratando de acallar su emoción, el pudor lo había hecho sonrojarse, pero guardó los ojos secos : - Los hombres no lloran ¿ te acuerdas ...? - habîa dicho con voz ronca y Ana lo había besado hasta que la huella del beso había quedado grabada en la mejilla a medio afeitar.
- ! Cómo has crecido hijo mio ! ¡ Qué orgulloso estará tu padre cuando te vea !
- Mamá, trate de vivir un poco sin pensar mucho, haga como si tomara unas vacaciones largas, largas, como las que nunca ha podido pasar allá.
- Dejé la llave de la casa a doña Carmen...¿ te acuerdas de la vecina ?, le dije que si no me acostumbraba por aquí, bueno, tendré siempre adonde llegar ...y nunca se sabe...si tu padre vuelve y que yo no esté...
La capital mas bella del mundo se le metió por los ojos. Al principio, deslumbrada por tanto resplandor, miraba durante horas por la ventanilla encumbrada en el sexto piso. Y al caer la noche, las luces que se encendían de repente la hacían creer que se hallaba en la cúspide de un árbol de Pascuas y cuando el hijo llegaba con su guitarra a cuestas Ana se sentaba a la mesa con la cabeza que le daba vueltas.
- Hoy día me puse a contar los faroles de la avenida, cuando se encienden parecen luciérnagas que están volando.
-¿ Por qué no sale a dar una vuelta ? - le respondía el hijo
- aproveche un poco mamá, aquí puede pasearse sin temer a nadie.
- Cuando vuelva y si tu padre ha llegado, le contaré que, estuve en París, que aquí he podido ver las avenidas más alumbradas que pueda imaginarse...hasta olvidaré el dolor que me causó su ausencia...
- ¿ Hasta cuándo se va a quedar soñando ?¡fíjese que ya entiende el francés, hasta podría conversar un poco si quisiera ! Y piense de una vez por todas que esto que estamos viviendo se llama "destierro" !
Pero los olores aprisionados en el tejido del poncho, en los hilos del vestido y en el bordado del pañuelo de seda persistían, la música de antaño seguía trotándole en la cabeza con la misma insistencia.
-¡Aquí me aburro! cuando salgo me siento extranjera, esta no es mi muchedumbre! ¿cómo quieres que pida pan si aquí se escribe "pain" ? no es el mismo pan, es un pan con otro sonido y con otro gusto....
- Claro, no son las allullas del desayuno... - agregaba el hijo. Y para entamar la pausa rasgueaba las cuerdas de su guitarra. La música salía volando por la ventana, se quedaba arrullando en el techo, se escurría por las cortinas del vecino, se escapaba en las patas del gato del tendero.
- Cuando podamos volver, no sé si llegaré con un vestido nuevo...o con un perfume para la vecina...
- Mejor será que se compre algo que le plazca... ¡ y no piense mas en la vecina, mamá !
- Esta mañana pasó un auto con su bocina a todo volumen...; Qué susto me llevé...! ¡ Creí que me había despertado en pleno golpe...!
- Me tengo que comprar cuerdas nuevas... éstas ya están usadas y uno de estos días se van a reventar... - rezongaba el hijo.
- La bocina aullaba con su idioma de catástrofe... me acordé del hijo de don Mario...¿ te acuerdas de don Mario y de su hijo ?...se lo llevaron ...y nunca más se le volvió a ver...
- Dijeron que se había embarcado para Australia...acuérdese mamá...para A-us-tra-lia...
- Algún día aparecerá...si hay un Dios...aparecerá...
- Y estará saltando en una pata... ¡ ya verá usted !
Retazos de la infancia la visitaban en sueños. Se despertaba con unas ganas locas de reír. Corría por las praderas de Olmué, recogía aromos y comía lúcumas. Con la pollera arremangada se adentraba en el mar y las olas lamían sus pies, hasta que las campanadas de una iglesia del barrio la devolvían a la penumbra del cuarto.
Cuando los días se fueron acumulando lo cotidiano empezó escurrírsele por los huecos de la memoria. Una tenue cortina de recuerdos se entremezclaba a la vida diaria.
- Hoy día cuando me miré en el espejo casi no me reconocí. tengo el pelo blanco de canas...
- Usted siempre tuvo canitas...
- Anoche no pude dormir del dolor de los huesos...
- Es que ya se está poniendo viejita...¿ por qué no sale más a menudo ?.........así cuando camine por las alamedas ya no pensará más en sus huesos !
- ¿Cómo se llama la vecina del piso de abajo? Ayer alguien vino a verla y se equivocó. Vino a tocar a la puerta nuestra. Casi me morí de susto,¡ era un paco, hijo mío, era un paco!
- No mamá, aquí no hay pacos, y si los hay no andan vestidos como los de allá, ¿me entiende usted? Vamos, ahora hay que ir a la cama y mañana, de paseo. Yo la voy a acompañar y hasta terminaremos el día con mi función en el restaurante de Don Rodrigo. ¿Le dije que me había aumentado el sueldo?
- Claro, ¿cómo no podría serlo? Tu padre y yo estábamos tan orgullosos de ti, Bachiller y en segundo de leyes. Y ahora tienes que servir en un bar y para rematarlas, de noche, alegrar el ambiente. ¡ Dios mío! ¿Cuándo podremos volver? ¿Hasta cuándo nos quedaremos esperando?
La dulzura del sueño la cogió en los brazos blandos del amanecer. No sabía si la noche se le había escapado por la ventana entreabierta o si los tijeretazos de la aurora habían hecho añicos su velo enlutado. Pensó que el soplo del invierno había aprisionado sus huesos, arrebatándoles hasta la médula.
Percibió la ausencia del dolor. Ese dolor que había sitiado su lecho en la oscuridad interminable del insomnio. Cerró los ojos y se dejó llevar por la música y por la lucecita que se había alumbrado en el fondo de aquel corredor interminable. Caminó hacia el resplandor, hasta que las notas de la musiquita cayeron como un puñado de brillantes desmenuzados. Y, en el extremo del corredor la pequeña lumbre se extinguió.....
|