¡Cuántos años han transcurrido! Aún no lo puedo comprender ni olvidar. Zarpamos de Valparaíso, a bordo de una vieja fragata, a comienzos del año 1952. Éramos cincuenta jóvenes cadetes, del tercer año de la Escuela Naval, en instrucción, nuestro primer viaje al extranjero. Conoceríamos puertos de Colombia, Panamá, Perú, Isla de Pascua y el archipiélago Juan Fernández, ¿qué más podíamos pedir a los dieciocho años?
Tomamos a bordo, las acomodaciones y los trabajos propios de los marineros de un buque de guerra: guardias de mar y puerto, rascar, picar y pintar las planchas del casco y cubierta, instrucción de marinería, guardias de mar y puerto, instrucción de zafarranchos, especialmente de repetido y de combate, instrucción de comportamiento en el extranjero. Seríamos los embajadores de nuestra patria, en los puertos que visitaríamos, guardias de mar y puerto…
El día anterior, habíamos zarpado del puerto de Arica y esa mañana navegábamos, a unas veinte millas de la costa peruana; la visibilidad no era muy buena, debido a la neblina baja que cubría el horizonte. Mi grupo se encontraba en instrucción de armamentos. El teniente nos estaba explicando el funcionamiento de las ametralladoras antiaéreas Oerlikon de veinte milímetros, ubicadas en una plataforma, detrás del puente de mando.
Uno de los vigías del puente gritó: “embarcación al tres ceró ceró”. El instructor detuvo su exposición y todos miramos en la dirección del avistamiento. El buque cayó hacia él y a medida que nos acercábamos, vimos a un grupo de hombres, que nos hacían señas desde un bote o embarcación pequeña. A causa de la distancia, sólo distinguíamos los movimientos de sus brazos.
El oficial instructor, dirigiéndose al cadete Pinto, le dijo:”cadete, conteste el saludo a esos marinos — y luego de una pausa continuó—; deben tener siempre presente, que el marino debe ser ante todo un caballero y la cortesía debe ser observada, ya sea en mar o en tierra, así es que devolvámosle el saludo, agitando nuestros gorros”.
Estábamos en este relajo, saludando y gritando, cuando de repente vimos con espanto, como emergía una enorme ballena, daba un salto en dirección al grupo y caía sobre ellos, levantando una columna de agua y luego desaparecía de la superficie del mar junto con los marinos.
Rebuscamos en el área, encontramos unas cuantas maderas, avisamos a nuestro mando y a las autoridades peruanas y luego continuamos nuestra navegación hacia el norte. Esa tarde en el entrepuente, leímos en La Biblia la historia de Jonás, el profeta tragado por una ballena.
A los tres días del incidente, el segundo comandante, en llamada general nos informó, que esa mañana en la playa La Punta de el Callao, habían sido encontrados en perfecto estado, cuatro pescadores que contaron que, cuando un buque de guerra chileno se acercaba a ellos, un gran pez los había tragado y luego los había arrojado a la playa. Deben haber estado bebidos —finalizaba el mensaje, recibido de la autoridad peruana.
Cuando regresamos a Valparaíso y conté esta anécdota a mis familiares, todos se rieron y ante mi insistencia, se miraban y asentían como diciendo — sí, cuéntate otra—. La única que siempre me creyó, fue mi querida mamita.
JORVAL (22)
150205
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