En tus manos me despliego
como un sol efímero
de infinitas voluntades,
crezco, absorbo tu mirada
enquistada entre mis pechos,
deambulo los segmentos de esa piel
que aún linda con mi espectro.
Me estremezco, amputo el silencio
para extenderme en los rincones
de tu cuerpo, suelto mi ser
a los instantes,
muero, desfallezco entre las vísceras,
me perpetúo en los semblantes,
amo, reconozco el cielo adueñado
por tu esperma,
vibro,
mientras te inscribes en la prosa
danzando al vuelo de mi nombre,
entre los labios,
internada en las fronteras, mansa,
coartando las limitaciones,
lamiendo el ciclo de vida que resiste
con tus brazos, íntegra,
como un himen deshojado en ti.
El tiempo no transcurre entre
tu piel y mis silencios,
sólo se estatiza en la llama de lo erecto,
ante el sacrificio de las pieles,
bajo esa brisa de tu aliento
hurgando el todo de las cosas o
en la tempestad de naufragar
sobre tu hombría, aviesa, nítida,
incolora,
espejismo de mi andar
reflejado por eternas almas.
Ana Cecilia.
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