El letrado se incorporó sobre la butaca de la habitación de hospital, su rostro parecía tranquilo pero algo en sus ojos denotaba lo contrario. Se acercó a la cama y levantando los folios a la altura de la cara, comentó:
—Si me permite, Ruiz Vera, creo que estamos en un buen lío. El atestado de la Policía desarrolla los hechos de forma contundente, todo apunta a que usted ha asesinado a su hijo... estas son las frases más significativas:
Muerte por asfixia de un niño de cuatro años... estrangulado con fuerza con el cable de un accesorio de ordenador... el único testigo es el hermano mayor de la víctima que pasará la noche en comisaría al cuidado de psicólogos para intentar que supere el estado de shock inicial... en el arma del crimen solo aparecen las huellas del padre de los niños... existen evidencias suficientes para detener a Don Alfredo Ruiz Vera, acusado del asesinato de su hijo.
Después, mirándole por encima de los papeles, su abogado defensor le interpeló con autoridad.
—Debería sincerarse conmigo, sepa que para evitar que le condenen necesitaré conocer hasta el más mínimo detalle así que, por favor, intente recordar cómo ocurrió todo.
Se sentó sobre el borde de la cama con los ojos llenos de lágrimas y después de unos segundos, levantándolos para recordar, inició su explicación en tono pausado:
—Créame letrado, cuando un viudo de treinta y cinco años tiene que improvisar cada noche un cuento distinto para que sus hijos se duerman, los argumentos, personajes, situaciones y paisajes que acaba inventando, pueden rozar el surrealismo más extremo.
Aquella noche, no sé por qué, me vino a la cabeza la historia de un ratón, de uno muy especial, de los que viven junto al teclado rodando sobre una alfombrilla de espuma: era un ratón electrónico, con su cable y sus teclas que, cuando todos dormían, usaba magia de roedores y transformaba su piel de plástico liso en otra, rosada y peluda.
—¿Un ratón electrónico que tomaba vida? Le advierto Alfredo, que solo un milagro puede ya librarle de la cadena perpetua, así que, deje de...
—Le estoy contando la verdad. Sobre la marcha fui inventando su historia, dije que por las noches desperezaba las patas que había escondido durante el día, que abría sus ojitos negros, se desconectaba y echaba a andar por toda la casa en busca de queso.
—¿Y cómo acababa esa extraña historia? —preguntó el letrado achicando los ojos.
—Bueno, les conté que era muy listo, pertinaz y valiente, tanto que, si no encontraba el alimento deseado se enfadaba de verdad y se colaba por todos los rincones moviendo sus bigotes afanosamente, buscando cualquier tipo de comida para saciar el apetito que le había hecho despertar de su sueño electrónico.
También les dije que era huidizo, nunca permitiría que nadie conociera su secreto y que, si alguna vez se sentía descubierto, sería capaz de cualquier cosa… A esa altura del cuento, el menor de mis dos hijos me interrumpió:
"—¿Queda queso en la nevera papá?
—Sí, siempre hay queso en casa —contesté tranquilizándolo.
—¿Por qué no vas a sacarlo y lo dejas en el suelo? —me increpó con nerviosismo—. Así, si viene el ratón, lo encontrará sin que lo veamos y no querrá comernos.
—¡Nadie os va a comer! No quiero que os asustéis y menos con un ratón como este —dije sonriendo mientras habría la luz del pasillo para evitar la penumbra en que nos encontrábamos.
—Y ahora a dormir, mañana tenemos que levantarnos temprano para ir a la escuela."
—¿Les acompañaba usted cada mañana?
—Bueno desde que murió su madre, el mayor va a la escuela con unos vecinos, y yo acompañaba al pequeño.
—¿Solo llevaba a uno?
—Sí, yo..., bueno no tengo tiempo de cuidar a los dos por igual, el pequeño necesita más atenciones...
—¿Y de qué murió su esposa? —siguió preguntando mientras garabateaba el bloc.
—Murió en el parto del menor... su hermano, aún no ha podido superarlo, en estos últimos cuatro años no pasa ni un día sin que me pregunte por qué nos dejó.
—Debe ser duro para un chiquillo de su edad. Pero siga por favor, ¿qué pasó después?
—Me serví un buen Cognac, un par de copas supongo, mientras navegaba por la red y me fui a la cama a media noche. Recuerdo que desde la distancia de mi habitación oía el tranquilizante silbido del sueño de mis hijos y, pensando ya en la agenda del día siguiente, me dormí.
—¿Escuchó algo especial durante la noche?
—No, nada especial, al despertar cumplí con el ritual de cada mañana, visitando el baño, la cocina, la ducha y el ropero antes de abrir la ventana de los niños.
—Siga, por favor, ¿qué vio al entrar en la habitación?
—El mayor estaba acurrucado en un extremo de la cama balanceándose convulsivamente, con el rostro desencajado y la mirada perdida.
En la otra cama, amoratado y con los ojos fuera de sus órbitas, asfixiado por el cable del ratón... estaba... aquel cable le había... su cola... se hundía en su cuello con fuerza y... sus ojos...
—Tome un poco de agua y relájese —dijo el abogado pulsando el botón de aviso a enfermeras—, conozco lo que sigue, por desgracia el atestado redacta al detalle las causas físicas de la muerte.
La enfermera irrumpió en la habitación reclamada por la luz roja, y después de acomodarlo en la cama, corrió las cortinas para salir acompañando al abogado.
Al día siguiente, el letrado volvió al hospital con noticias esperanzadoras:
—¡Intente atenderme! Lo que vengo a decir es importante para Usted. El caso ha dado un giro inesperado Alfredo, alguien se ha llevado el arma del crimen de Comisaría y, sin la prueba principal, posiblemente la acusación no pueda sostenerse.
—¿Cómo puede alguien robar las pruebas del mismo depósito de la Policía?
—No entendemos como pudo pasar, están interrogando a los miembros del cuerpo por que debió ser alguien que pasó la noche en Comisaría, ellos aseguran que nadie puede entrar o salir de la zona de alta seguridad, y tampoco hay ningún acceso forzado.
—Entonces, ¿lo robó un policía?
—Sigue siendo un misterio, el ladrón debió aprovechar un descuido de los agentes del depósito para abrir la bolsa que lo contenía, pero nadie puede asegurar como sucedió.
—¿Qué se supone que debemos hacer ahora?
—Hay que esperar unas semanas por si se encuentra el objeto robado y, una vez pasado este tiempo prudencial, podremos solicitar al Juez que archive definitivamente caso.
La habitación volvió a quedar en penumbra cuando el abogado cerró la puerta para marcharse.
Alfredo conectó la radio sintonizando su emisora favorita y dejó que la música clásica inundara la estancia mientras se acomodaba sobre un par de almohadones.
De entre las sábanas, una silueta avanzó lentamente trepando por su pecho y, al verlo salir del escondite, como siempre, unió las manos para permitirle juguetear entre sus dedos.
Shaitán. |