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Tres mil pies de altura separaban tierra firme de Andrea y Mariano, un matrimonio que estaba esperando un hijo, ella estaba embarazada de 5 meses.
“Nada más seguro que un vuelo privado” era el slogan que los había catapultado a elegir esta avioneta. El viaje desde Malasia hasta Filipinas presentaba una vista aburrida pero imponente, ya que el azul del océano no parecía interrumpirse, apenas por algunas islas.
Los pozos de aire hacían vibrar a la ligera aeronave. Andrea, susceptible por su condición, empezaba a perder la calma. Mariano intentaba tranquilizar a su mujer y lo lograba, pero sin tanta eficacia. Los movimientos empezaron a sucederse con mayor frecuencia, así como lo hacen las contracciones en el último suspiro del embarazo. El vuelo era inestable y el piloto no lograba controlar la máquina. Tocaba una y otra vez los botones de su tablero mientras que le avisaba a la pareja que debían colocarse el salvavidas y los cinturones con rapidez. Andrea había perdido totalmente la tranquilidad y empezaba a rezar.
Los que parecían más y más pozos de aire en un cielo no tan nubloso ya no eran la causa de los movimiento atípicos del avión. La turbina estaba humeando por lo que no solo no funcionaba a su mayor capacidad sino que estaba apunto de estallar. El piloto les aseguró que la avioneta no podría sostenerse sobre el aire mucho tiempo más y confesó que ante el apuro en la salida, no había completado todas las medidas de seguridad: faltaba un paracaídas. Sus dichos fueron interrumpidos por el estallido del la turbina y el terror se hizo presente.
El novato piloto reaccionó rápidamente y por su esencia, tomó un paracaídas y sin siquiera colocándoselo sobre la espalda, abrió la puerta de la avioneta y se tiró al vació asegurándose la vida sin vacilar, sin pudor.
La caída, el sufrimiento, el miedo y el dolor era uno solo. No había tiempo para pensar en la huída del piloto por lo que Mariano, sorprendido por ello, tomó el otro paracaídas y se lo colocó a Andrea, quien lloraba desesperadamente. Las palabras sobraban. Se fundieron en un beso corto y angustioso pero inolvidable. Andrea caía suavemente sobre una isla oriental mientras que observaba a lo lejos como la aeronave explotaba completamente antes de tocar el Pacífico.
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Texto agregado el 23-02-2005, y leído por 111
visitantes. (1 voto)
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Lectores Opinan |
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23-02-2005 |
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tienes para darle a esta historia un aliento más largo y conmovedor, angustiante, no creo que debas poner antes del final que sentían terror, eso es obvio, más bien describir más, igual lla idea está buena. katya |
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