Bajo el recuerdo, vuelvo a saborear esas largas horas en el desván de tus silencios, amparada por la aurora de unos labios, fogata inmersa en el itinerario de los días, corazón, fluido de los Dioses, tiempo declinado en las memorias. Y la tierra se convierte en esas inmortales vidas, subyace, se esfuma como un elixir recorriendo las espaldas de los muertos, en vos, serpentina ardiente de otros mundos, en mí, abierta a la concavidad de esas inconquistables fauces. Todo fluye en el confín del tiempo, rasgando las paredes del ocaso, en un resguardo del simétrico abandono o la nitidez de los recuerdos; por encima, el soliloquio de tu risa me distrae hilvanando los segundos en que se enreda la mañana, mientras sin querer oprimes los instantes. Con la noche un íntimo suspiro se apodera de mi ser recorriendo el laberinto de tus huellas, apresurado o temeroso, áspero, sublime, bajo el torbellino de las manos hurgando en lo recóndito, apresado entre mis pliegues, elevado, punzando la certeza de saberte y no.
Ana Cecilia.
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