Lucita es la niña más dulce de la plaza. En cuanto se pasa el calor, aparece corriendo con su carita de ángel y sus coletitas de oro. Cuando ella sonríe, se ilumina el pueblo entero. Disfruto viéndola jugar con su vestidito playero, envuelta en lacitos, cuidándose de no ensuciarse con la merienda: un melocotón, una tajada de sandía o una ciruela.
Es la más lista de sus amigas. Con esa boquita de fresa ordena y dispone a todas las niñas para que se juegue a lo que ella manda: al patito inglés, a la gallinita ciega o a rayuela. Y si se le pregunta algo, siempre tiene respuesta: mi papá dice, mi mamá piensa.
Tan dulce y tan lista, Lucita también es generosa. Todos los martes va con su mamá a visitar a sus tíos a la tienda de dulces, y aparece con una bolsa enorme de golosinas y frutas confitadas. Se sienta en el pozo y dispone a todos sus amiguitos en fila india, repartiendo las golosinas a su antojo. Para tí un chicle, para tí una nube, para tí nada.
Su mamá siempre está pasando pena por ella: en cuanto ve a sus amiguitas saltando a la comba, se le suelta de la mano y va corriendo hacia ellas. Por más que le grite que ande con cuidado, ella no le hace caso, y a su mamá se le encoje el corazón sólo pensar en que pudiera tropezar y rasgarse las rodillas. Claro, ellos vienen de la ciudad, y allí siempre pasan cosas malas y no hay que perder de vista a los coches. A medida que avanza el verano, se va haciendo a la idea de que en el pueblo todo el mundo se conoce y nada le va a pasar a Lucita.
Ay, Lucita, Lucita. Aún no sabes lo guapa que eres. Todavía no te miras de reojo por los cristales de los escaparetes, pero hazme caso, eres tan bonita que cuando estás en la plaza las mujeres del pueblo se resignan a no ser ya las más bellas. Yo desde mi balcón te miro, te remiro y hasta te gasto. Si tu presencia ya me pone contento, cuando te balanceas en el columpio se me altera el corazón pensando que pudiera levantársete la falda.
Esta noche hace demasiado calor. Tu mamá está con sus amigas tomándose un granizado en una terraza, y el resto de mortales, atentos a su abanico. Voy a bajar las escaleras, salir al portal y llamarte, a ver si te tiento con un plato de cerezas, que ya están maduras.
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