El sólo pensar de que los ladridos y gritos pudieran darle alcance antes de que Él llegara a la cima, evitando su huída en esa gran luz con forma de estrella, hacía erizar su poca piel aún no hecha jirones.
Tomar un descanso era casi imposible, pero su agotamiento hacía temblar sus manos y piernas. De sus pulmones solo salían fuertes estertores. Mientras pensaba si debía o no detenerse, su cuerpo ya se encontraba tendido sobre unos matorrales y espinos que Él no podía sentir. Entre la sequedad de su boca y el hedor que emanaba de su cuerpo a causa de la mezcla del sudor, tierra y sangre que brotaba por el castigo infligido, aún tenía la plena certeza de que la esperanza, su mejor aliada, aún no lo había abandonado. Ahora, creía en su sueño que esto ya lo había vivido, —o fue alguien más, pero quién —no lo sabía o tal vez en su sueño no quería recordarlo. Habían pasado solo unos minutos cuando arrancándolo de su descanso, unos ladridos lo devolvieron súbitamente a la realidad, no obstante le sirvió para reponerse. Ya en camino, el Redentor creyó dormirse por horas debido a lo que recordaba de su sueño. Mirando a la cima decía para sus adentros, —no puedo ver la estrella desde aquí, pero rodeando ese peñasco sé que está —era lógico que el resplandor que Él veía detrás del peñasco a pesar del día, no podía ser otra cosa que su estrella. Los ladridos cada vez eran más fuertes y las voces que los incitaban ahora podían ser oídas con claridad; esto no era más que un signo de que cada vez estaban más cerca. La caza era inminente. Un esfuerzo más y estaría fuera de alcance, pero sabía que la única manera solo sería trepando el peñasco y no rodeándolo como Él pensaba. De los cielos, comenzaron a aparecer a lo lejos unas naves que solo escupían un chorro de fuego azul y verde. Era obvio que sus cazadores los habían alertado. Igual comenzó a trepar, primero un pie tras otro —y otro, ahora otro, un poco más Padre y estoy contigo —siguió ayudándose con las manos que cada vez sangraban más debido a las perforaciones. Todavía faltaba unos cuantos metros para cruzar el peñasco cuando comenzó a cubrirlo una niebla, no era tan espesa, pero sí húmeda. Todo de lo que estaba huyendo dejaba de ser visible poco a poco, auque sí podía oírlos muy bien aún. No podía creer que faltando tan poco sus fuerzas lo abandonaran. Sus lágrimas se confundían con el sudor de su frente, sí, de esos ojos hinchados y violáceos todavía manaban lágrimas. Pensando en ese momento que debía sufrir dicha suerte por algún motivo, se vio interrumpido por una voz tranquila que provenía desde unos metros más arriba de su cabeza: —¿Si quieres te puedo ayudar? —aunque no sonó malicioso, lo era. —Luzbel, quién otro podría ser sino —respondió mientras miraba su rostro níveo al igual que el de un ángel. Es que Luzbel en otra época lo había sido, el más bello de todos. No dudó en rechazar la ayuda, pero cómo salir de ahí. Dejarse caer sería el fin, eso estaría en contra de todo por lo que Él se había sacrificado. Finalmente era igual a aceptar la ayuda. —¡Vamos, toma mi mano! ¿Es que acaso crees que el amor puede salvarte? —por dentro sabía que lo decía con poco convencimiento, a pesar de que este mundo ya estaba perdido. Luzbel se sintió derrotado sin oír antes la respuesta. —Prefiero la cruz nuevamente —y con sus pocas fuerzas siguió escalando hasta quedar fuera del peligro de sus pares. Desde abajo, a lo lejos, solo blasfemias llegaban a sus oídos. La niebla, cada vez más densa alejó a las naves mas no impedía que el resplandor de la estrella lo guiara. Ese resplandor enceguecería a cualquier mortal, pero Él no lo era. —Luzbel, hasta aquí llegas, donde yo voy tienes la entrada prohibida —sabía que su Padre lo había echado. —Lo sé Christus, pero sabes bien que nos volveremos a ver —con un mueca de tristeza que quiso ocultar sin éxito solo dijo —envíale mis saludos, a veces yo lo extraño —dándose la vuelta se fue y sin esperar a ser cubierto en totalidad por la niebla, desapareció delante de sus ojos. Se encontraba frente a la luz misma cuando se dio cuenta que no era otra cosa más que una nave lista a despegar. Antes de subir miró su nombre a un lateral de lo que parecía ser la cabina, Stella Spiritus Sanctus. En solo un instante la nave estaba envuelta en un azul profundo, luces destellantes parecían desplazarse a su alrededor pero solo era el efecto de la velocidad casi imperceptible de la Stella Spiritus Sanctus. Ya en la cabina, su Padre comenzó a curar las heridas. El silencio medió un momento entre ambos hasta que uno lo rompió al ver triste al otro: —Libre albedrío, siempre debes recordarlo hijo mío. —Lo sé, no te preocupes —sus lágrimas eran porque nunca más volvería a ese lugar por más que quisiera. —Sabiendo aún lo que iba a sucederte tuviste el valor, la compasión, la piedad, la fe y el amor para pasar por todo eso nuevamente, solo por ver si al menos uno de ellos merecía ser salvado. Este planeta llegó a su fin porque ellos así lo quisieron, pero no debes estar triste hijo mío. Iremos a un lugar que encontré para tu regreso; un lugar muy bonito cerca del mar, desde aquí parece un cráter pero es un gran lago y en su costa hay un pequeño pueblo, se llama Mare Lacus. Ella vive ahí y te espera, yo le avisé. —Para cuando quiso darse cuenta ya no tenía heridas, su Padre se las había curado, solo unas marcas pequeñas en las palmas y dorsos de las manos. Acercándose a una de las ventanas pudo contemplar el tono rojizo de lo que sería su destino, parecía haber dos lunas jugando alrededor; en su cabeza no dejaba de darle vueltas la idea de que el tono rojizo del planeta era del mismo tono que los ojos de Luzbel. —Marte, entonces así será Padre, será tu voluntad. —y sin apartar la mirada de su nuevo destino tuvo un anhelo, —Llegar a la vejez, ¿por qué no?.
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23/02/05 |