Fernanda es una mujer.
A medida que fui conociéndola pasaron dos cosas; de un lado, se volvió totalmente inaccesible a mi oficio, como si toda esa maleza que con paciencia había cortado, hubiera renacido de las piedras desnudas con más fuerza que antes. De otro lado, a medida que el tiempo pasaba, mi dependencia hacia ella crecía, y con preocupación comprendí que necesitaba desesperadamente que ojos de demonio me poseyeran.
Muchas veces, como aquella ocasión en un bar que queda cerca de la universidad, ella decía cosas que me contrariaban, aunque de algún modo deseaba con ansia que aquellas palabras salieran de su boca, como el que espera la palabra clave de su amante en una reunión social, sabiendo que aquello no está bien, pero lleno de cálido placer en la ingle.
Se quedó mirando largo rato un candelabro con tres velitas, cuya luz endurecía bastante sus facciones. Quién sabe cuantas cosas le pasaban por la cabeza; alzó la cabeza y habló pausadamente;
-Tu no tienes por qué soportar mi intolerancia hacia casi todo. Yo sé que soy una mierda, y a la mierda hay que dajarla sola para que se vuelva fertilizante. Mira que hasta te puedo matar de tristeza, pues para mí siempre es placentero verte la cara de idiota que pones cada vez que te digo las cosas.
-Sin embargo, tu sabes que estoy aquí porque quiero, no porque me toque o sienta que debo. Ni siquiera porque esté desesperado por acostarme con alguien.
-En todo caso estoy segura que hasta en la cama te haría daño; sería muy fácil parar en plena faena, y decirte con mucha calma, mientras me visto lentamente, que como amante te puedes ir muriendo de hambre.
-¿Y es que eso crees?
-Parece que no me pusieras atención...en fin, te estoy diciendo que yo no valgo la pena, y que tu eres un buen tipo. Deberías buscarte una vieja que sea parecida a ti, como todas esas acomodadas que también estudian derecho.
-En tan malas manos vas a encomendar mi espíritu?
-Martín, nosotros somos muy distintos, y la vida no le da nada a los valientes que tratan de sobreponerse a las adversidades, sólo recuerdos dolorosos y resentimientos eternos.
-Pues te jodiste, porque ya nadie te saca de mi cabeza.
Fernanda me miró, y sonriendo me dio un beso profundo en la boca. Me dijo que nos viéramos el día siguiente, a la hora de siempre, en el café de la calle en que una vez nos conocimos.
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