Aprender a fumar
No es tan fácil como parece. Hubo alguien una vez que me dijo que lo hiciera pero yo no pude, y desde entonces estuve en desventaja. Pude haber dejado que me venciera el conformismo o el desgano, pero no, yo deseaba mejorar. Cando comencé todos pensaron que era por demostrarle al mundo que lo podía hacer. Al principio yo así lo creía, después me fui dando cuenta de que lo hacía por mí. Por sentirme capaz.
Así que tomé el cigarro y lo puse entre mis labios como si fuera una pajilla; por último, era un uso parecido: con él iba a ingerir humo como líquido con la pajilla. Me guié con esta analogía y le propiné un tremendo sorbo como que si fuera un sediento consumista frente a una Coca Cola. ¡Vaya error! El humo me llegó a los ojos , rozó mi campanilla, sentí algo que raspó mi garganta y lo eche todo para afuera. Ni por cerca en los pulmones. ¡Qué horrible sentir eso!
Bueno, pues iba a probar de otra forma. El siguiente sorbo fue pequeño, uno que no ahogara la glándulas salivares y que dejara vivir en paz a mi pobre y asustada campanilla. El humo que agarré esta vez lo mantuve en mi boca hasta que me concentrara bien y me decidiera a dar el tan ansiado “Golpe”. Traté, juro que traté, pero era como tragar tierra. No pude, volví a estallan en una tos que preocupó a mis amigos. “Ya no”, decían, “te vas a morir”, me gritaban los metidos en son de burla. Eso me cayó mal. Puse mi peor cara de desprecio y salí de ahí. No tenía porqué estar soportando comentarios de nadie.
“Mejor en la soledad”, pensé. Ya suficiente tenía con las diferentes indicaciones de todos que siempre terminaban en el tan glorioso e inalcanzable “golpe”. “Es que trágatelo”, me dijo alguien por ahí. “Sentí que llega hasta tus pulmones y tratá de mantenerlo ahí por un momento”, decía otro. Pero no podía, ¡¡no podía!! Todo mi cuerpo se revelaba en contra de mi orden, no dejaba entrar al humo y cerraba las puertas.
No, mi organismo irreverente no me iba a detener. Era en serio, esa noche no me iba a ir a mi casa hasta que lograra mi gran objetivo: Fumar. Me la pasé tratando y luchando con mi concentración casi una hora. Y nada. Por fin me rendí y le dije a mi primo que me llevara a otro lugar, que ya no quería estar solo y que necesitaba apoyo del tipo moral. Yo sé que él no se quería mover de ahí, pero en ese momento no me importó.
Fuimos a un parque que frecuentábamos de niños. Mi primo no me decía nada porque le parecía absurda mi fijación por aprender un vicio que, según él, ni me lucía. Así como le pareció más absurdo el hecho de que yo hubiera comprado dos cajetillas para “desestresarme de mi fracaso”.
“Es que mirá”, dijo de repente mi primo, “no te desesperés, vos tenés que seguir tratando sin presionarte”, siguió, “¿te acordás cuando estábamos aprendiendo a jugar básquet?... pues para que aprendieras a hacer la entrada te desesperaste igual y nunca te salía, y te clavaste con eso, y nunca te salía... pues es lo mismo”. Tenía algo de sentido lo que me empezó a decir. Le ofrecí un cigarrito y agarré yo uno también. “Y te acordás de que mejor empezamos a jugar así, a la changoneta, como nosotros sabíamos hacerlo”, continuó, “y que sin pensarlo te salió una jugada que terminó con una entrada y una canasta tuya..., te salió porque te comenzaste a divertir, a soltar y a no ponerte tus bloqueos mentales,a no tratar de controlar todos tus movimientos de forma artificial”. Este primo mío sí que es bárbaro. Me hizo entrar en razón. Ya no pensé más en el asunto de los cigarros. Más bien, seguimos platicando.
Ese ejemplo hizo que nos empezáramos a acordar de momentos felices y pasados: nuestra infancia, las primeras novias, etc. Era ya muy tarde y comenzó a hacer frío. No nos importó. Él seguí fumando, y yo haciendo la paja. La plática se iba mejorando y ya llevábamos buena parte de la segunda cajetilla de cigarros. Sin saber cómo ni a qué horas había comenzado, me descubrí haciendo “el golpe” con cada jalón. Me di cuenta cuando ya no tenía más que dos cigarros, uno cada uno. Ya no eran necesarios más. Ahora que había aprendido a fumar también había descubierto algo: que no le gustaba.
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