El giro estaba en el suelo retorciéndose dolorosamente, había recibido tremendo espolazo del gallo blanco, que no era favorito, sin embargo, a pesar de todas las críticas en contra, lo tumbó. La fina espuela le atravesó entre ojo y oído derrumbando la esperanza que había puesto en él, el dueño, quien apostó todo lo que tenía.
El giro, continuaba pataleando, mientras la gente gritaban como locos para que se parara, su dueño no permitía que lo sacaran de la valla, le quedaba una leve esperanza atrabancada en su pecho : su magnífica ave, se levantaría milagrosamente y seguiría la pelea, esperando que venciera al gallo blanco; pero no fue así, se estiró definitivamente, virando los ojos, para quedar inmóvil por siempre.
El Jabao, dueño del giro, salió de la bullaza gallera sigilosamente, dando cada paso en contra de su voluntad, no quería aceptar la muerte de su hermoso gallo, no la podía aceptar, pero esa horrible verdad lo perseguía lentamente según él se alejaba de la gallera. Parecía que no llegaría nunca a su destino, se sentía incomodo caminando sin su gallo en mano, no estaba preparado para ese duro golpe, que le había dado la vida.
El giro, era considerado el mejor gallo de todos los tiempos en esos lugares, había tenido tres peleas, las cuales ganó al vuelo y en pocos segundos, así mismo como perdió del blanco. Al Jabao, le habían ofrecido toda una fortuna por su ave, pero él, ni en broma pensaba vender su hermoso animal, ya que esperaba hacerse muy rico en pocas peleas.
Cuando por fin logró llegar a su humilde casa, estaba oscuro, y le pareció recorrer el camino más largo de toda su vida, a pesar que la distancia de su casa a la gallera no era muy larga. La oscuridad de la fría noche y su terrible ánimo concordaban perfectamente. Se vio a frente a la puerta de entrada, con la mirada lejana, los hombros caídos ; pensaba profundamente que ya no merecía su vida, en verdad no la deseaba.
Su mujer escuchó sus pasos, lo esperaba muy entusiasmada, para oír la grata noticia que el gallo había ganado ; abrió la puerta segura de que su esposo había llegado y con una lámpara jumiadora en mano, iluminó al Jabao totalmente destrozado, sin el gallo y de inmediato se dio cuenta que había perdido.
El Jabao, tenía un hijo pequeño, que apenas hablaba, y a pesar de su poca edad, tenía la gran virtud de sacarlo de control, pero el Jabao nunca le pegaba, porque decía, que cuando lo hiciera lo dejaría casi muerto.
Pasaron varios días desde la muerte del gallo giro, y el Jabao, desde aquel entonces no había pronunciado una sola palabra y cada día se mostraba más aburrido y desanimado, quizás, por las horribles pesadillas que había tenido noches tras noches. Soñaba con su gallo peleando en la gallera, perdiendo repetidas veces por el debilucho gallo blanco, y despertaba en las madrugadas espantado y totalmente sudado.
En un día de sol caliente, el suelo hervía desolado, mientras el hijo del Jabao jugaba en la cocina de la casa, rompió dos de tres huevos, que tenía una gallina pisada por el gallo giro, esto llenó de pánico a la madre del niño, a sabiendas de la terrible reacción que iba a tener el Jabao cuando se enterara del asunto, pero el hombre no se acercó a la casa en todo el día y llegó en la madrugada, cayéndose de una borrachera.
Al día siguiente, cuando el Jabao se levantó, se dirigió donde estaba la gallina anidando, para ver sus tres hermosos huevos, los cuales eran los únicos descendientes de su inolvidable gallo giro y se encontró con la sorpresa de que solo había un huevo. No lo podía creer, se restregó las manos por los ojos varias veces, hasta se pellizcó bien fuerte, para confirmar si estaba despierto o si era otra de sus horribles pesadillas, pero no, abrió los ojos bien grande, conciente de la ausencia de dos huevos.
Su mujer , sin que nadie le preguntara, contó todo, pidiéndole de antemano que no le hiciera nada al niño ; el hombre, con el rostro transformado, salió en busca del exterminador de sus huevos, no buscó mucho, porque de inmediato lo encontró jugando con algunos chivitos en el patio, desde que lo vio, con rabia lo agarró por un bracito y lo jaló con toda su fuerza, y de inmediato comenzó a pegarle como un loco rabioso por la mano, no hablaba, sólo se concentraba en la mano autora del desastre. El niño se puso a llorar con desesperación, ignorando por qué le pegaban, al mismo tiempo que pedía auxilio con sus llantos, pero el Jabao se había empapado de furia y continuaba pegándole fuertemente en la misma mano. Su mujer llegó al patio, suplicándole con lagrimas en los ojos que no le pegara más, pero el hombre se había convertido en una bestia y no cesaba, la mujer al verlo completamente fuera de sí intentó quitarle el niño a la fuerza, pero él la tiró al suelo de un solo puñetazo, y continuó pegándole al niño, quien estaba desvanecido, colgando de la mano del padre.
Cuando el Jabao ya estaba cansado de tanto pegarle, se fue lentamente del lugar, desapareciendo en la distancia, dejando en el suelo cálido, los cuerpos de su mujer y de su hijo, ambos inconscientes, como su conciencia.
Después de varios días, la mano del niño estaba igual de hinchada, era su mano derecha, la misma con que estaba aprendiendo a escribir, no la podía ni mover, sus padres nunca le dieron atenciones médicas, como es costumbre en esos lugares. Al pasar del tiempo, la mano no sanó sola, como suele suceder en muchos casos, se fue pudriendo muy lentamente, provocando esto la mutilación, cuando fue vista por un médico, quien lamentó la decisión que se vio obligado a tomar, pero explicó, que si no lo hacía así, sería peor, la mano ya tenía gangrena.
El Jabao, continuaba sin decir una sola palabra desde la muerte de su gallo, pero desde que su hijo quedó mutilado vivía llorando a cada momento, en cada rincón de la casa, pero a escondidas, sin que nadie lo viera. El niño seguía su vida normal, o casi normal, jugando como siempre con los animales que frecuentaban el patio de la casa, aunque no se atrevía a jugar con las gallinas y sus huevos, ya que su madre le había explicado muy bien que eran venenosos y podían matarlo, si le ponía la mano.
Al paso del tiempo, el único descendiente del gallo giro, había peleado por tres ocasiones, y en las tres había salido airoso, proporcionándole muchas ganancias al Jabao, quien estaba recuperando su alegría y buen animo.
En la cuarta pelea, el Jabao apostó hasta la vida en las espuelas de su nuevo gallo, el cual, era giro al igual que su padre, se parecían tanto, que los galleros decían que era la reencarnación del otro animal. Antes de él salir de la casa, para dirigirse a la gallera, su hijo de una manera extraña, le preguntó: ¿Papi, cuando me van a devolver mi mano?, te prometo, que jamás romperé tus huevos.
El Jabao, se fue a toda prisa de aquel lugar, desconcertado, sin dar repuesta a la pregunta del niño, lloraba dentro de su alma, casi corría desesperado con el gallo en mano, hasta que llegó a la gallera sin darse cuenta. Estando en la primera fila de abajo, continuaba llorando dentro de su alma, con profundo dolor, su mente vagaba, sin encontrar donde posarse.
En el momento en que tiraron los gallos en la valla, el Jabao no estaba atento al combate, su mente seguía vagando, le retumbaba la dulce y tierna voz de su hijo, que le repetía una y otra vez: “papi mi mano, jamás romperé tus huevos”.
Cuando volvió en si ya su animal estaba muerto, como si fuese una repetición de la pelea del primer gallo, fue como en las horribles pesadillas. Sin pensarlo, salió como loco de la ruidosa gallera, la gente gritaba a todo pulmón emocionados, mientras él salía adolorido, como si el golpe mortal se lo hubiesen dado a él y no a su gallo.
Pasaron varios días sin que nadie supiera del Jabao, su esposa estaba angustiada por su ausencia, hasta que una tarde, dos hombres que cortaban leña en un bosque poco frecuentado, lo vieron, estaba irreconocible, mal oliente y sucio, con la ropa dañada, ubicado en lo más profundo del bosque, estaba guindando en un frondoso árbol, su cuerpo estaba lleno de gusano, repleto de moscas y su lengua había sido roída por los alimañas. Cuando los leñadores se acercaron, llenos de curiosidad y espanto, se vieron obligados a tapar sus narices, y pudieron observar a poca distancia, que el difunto tenía un papel fuertemente sujetado en su mano derecha, con dificultad sacaron el papel y pudieron leer un mensaje, que estaba casi ilegible y decía: “me voy a buscar la mano de mi hijo, y a olvidar las muertes de mis gallos”.
A los nueve días de la muerte del Jabao, había muchas gentes en la casa, la mayoría eran familiares del difunto, que habían llegado de otras provincias, para darle un ultimo adiós a quien en vida estimaron y quisieron. Se oían llantos constantemente, de aquellos familiares que no estuvieron en el entierro. El hijo del Jabao, estaba arrodillado cerca de su madre, rezando por el alma de su padre, de repente, un tío que llegó de una provincia cercana, se aproximo donde el niño y arrodillándose para alcanzar su oído le susurro suavemente: ¿como te siente?
El niño con sus ojos brillosos y con voz no muy clara le respondió: “estoy feliz, porque mi papi esta buscando mi mano”.
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