Al Fin
Al fin decidimos hacerlo con mi novio. Nos habíamos tardado tanto porque nos daba miedo. Pero valió la pena la espera. Ahora puedo decir que lo nuestro es algo formal.
Nos costó decidirnos, más que todo, por lo que diría la gente. En especial mis padres. Son muy conservadores y se habrían negado de forma rotunda. Pero después lo pensamos bien y caímos en la cuenta de que no se tenían que enterar. Era algo que nosotros solos lo podíamos manejar. ¡Por Dios!, ya no somos unos niños. Es más, podía ser nuestro secreto si así lo decidíamos.
Todo esto comenzó porque ambos sentíamos que nuestro amor iba creciendo. Yo estaba tan segura de él y él de mí, que no encontrábamos mayor impedimento en que lo hiciéramos. Pero entonces comencé con mis temores: “¿Y si nos descubren nuestros padres?, ¿Y si algún día cortamos, qué pasará con todo “esto”?, ¿y si es muy rápido?, ¿y si ....”. Todas esas inseguridades mías causaron pequeños pleitos.
Mi novio siempre se mostró comprensivo. Me decía que él no me obligaría a nada, que él estaba dispuesto siempre y cuando yo también. Era tan bueno conmigo que hasta me decía que iba a esperar mi respuesta todo el tiempo que fuera necesario. Me sentía mal. Era como estarle teniendo desconfianza a mi propio novio, al futuro padre de mis hijos.
Un día dije: “no, ya bastas. Tan grande es este amor y tan fuerte nuestra relación que una base material como esa la necesitamos. Además, tal vez nos unimos más después de “esto”. Sí, la relación se fortalecerá más y él sabrá que, de mi parte, no hay barrera en nuestro cariño.”
Así es que fui y le comuniqué todo. “No lo pensemos más”, dijo y me tomó de la mano. Fuimos a hacerlo. Los dos juntos dimos este gran paso en nuestra vida como pareja. Pero cuando ya todo estaba hecho me comencé a sentir mal, como culpable. Era una actitud tonta la mía en realidad. Lo hecho, hecho está. Además, no me podía arrepentir ahora. El caso es que le dije a mi novio que yo quería hacerlo todo bien. “¿Y qué podemos hacer?”, preguntó. “Contarle a mis padres todo”, respondí.
Al oír mi idea, a mi pobre querido se le puso la piel de gallina. Yo pensé que me negaría lo que le estaba pidiendo. Pero no fue así. Se armó de valor y me dijo que fuéramos en el instante a hablar con mis progenitores. Me sentí orgullosa ante tal prueba de varonil gallardía.
Cuando llegamos a mi casa, estaban mis papás muy tranquilos. Nosotros les dijimos que pasaran a la sala, que queríamos hablar con ellos. Se alarmaron. Claro, es la reacción que todo buen padre responsable tendría. No sabía cómo comenzar con esto, así es que fui directo al punto: “Papá, Mamá, Víctor y yo hicimos algo que no les parecerá muy agradable......Mamá, no me interrumpas que de todas formas ya está hecho: Él y Yo abrimos una cuenta bancaria”.
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