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Pung-hei se inclinó frente a los guardias. “Tengo un mensaje importante para el rey”. Uno de los guardias entró al palacio. Los otros, mientras, hacían analogías entre las gotas que chorreaban del cuerpo inclinado del forastero y aquellas que caían de las tejas. Pung-hei permaneció inclinado, bajo la lluvia, en espera de una respuesta.

Al anochecer se le hizo pasar. Se le preguntó por el motivo de su visita. “Tengo un mensaje importante para el rey”, respondió. Dos grandes puertas se abrieron, una a la derecha y otra a la izquierda. Pung-hei, dubitativamente, se encaminó hacia la izquierda.

El rey lo esperaba sentado en un trono de hierro. Era un viejo de cabello y barba largos que vestía de negro. “Me han dicho que quieres verme”, dijo el viejo. “Vengo de muy lejos para consultar al sabio rey de Hsing Yuan, el mejor alumno de la Escuela de la Verdadera Vía, el que ha intimado con Lao Dan, discípulo de Lao Tse, el que es por todos conocido como Hijo del Cielo. Vengo y venero al rey auténtico”. El viejo lo vio postrado a sus pies. “Yo soy Suen Hin-tcho, rey de Hsing Yuan. Dime hijo, ¿cuál es tu pregunta?”. Pung-hei se incorporó. “Quiero ver al rey de Hsing Yuan, no a un farsante”. Dio media vuelta y salió.

Al entrar a la cámara de la derecha, un mono lo esperaba sentado en un trono de madera, vestido con una túnica blanca que le quedaba grande. “Vengo de muy lejos para consultar al sabio rey de Hsing Yuan, el mejor alumno de la Escuela de la Verdadera Vía, el que ha intimado con Lao Dan, el que es por todos conocido como Hijo del Cielo. Vengo y venero al rey auténtico”. El mono respondió con aullidos y aplausos, bajó de su cetro, se subió sobre Pung-hei y comenzó a arrancarle mechones del pelo. “¿Es acaso otra prueba?”, preguntó Pung-hei. El mono gritaba y saltaba frenéticamente. Pung-hei dijo entonces: “el mono es bodhisattva, es sabio que esconde su naturaleza bajo la apariencia bufona, es rey”. Luego de un rato, el mono se quedó dormido sobre su espalda. Pung-hei se arrastró con el animal a cuestas hasta salir del aposento.

Afuera, otro mono esperaba. Éste se encontraba desnudo, sentado en el suelo. “Vengo de muy lejos para consultar al sabio rey de Hsing Yuan. Vengo y venero al rey auténtico”, dijo con voz cansada. El mono no se movió ni le quitó la mirada de encima. “Vengo de parte del emperador Tsi Ong-hei, soy su súbdito más leal”. El mono se alejó hasta la puerta principal y con un gesto le pidió a un guardia la caja que guardaba en su sarong. Pung-hei sentía el peso del otro mono, dormido en su espalda. “El imperio sucumbirá pronto”, dijo mientras veía cómo se acercaba el mono con la caja, sacaba algunas fichas y las ponía en el suelo.

“Es el juego de los gorriones”, pensó. El mono lo invitó a jugar con un suave ademán. Mientras jugaban, Pung-hei miraba a su contrincante, quien fruncía el ceño. Algo que salía de su adentro, como si otro hablara con su voz, le dijo que no había salvación, que el emperador debía morir, que el fin de la dinastía se acercaba. También le dijo que el Hijo del Cielo, aquél a quien había venido a buscar, había muerto hace mucho. Y le dijo que el silencio escampa como bruma matutina de otoño. En ese momento, el mono tiró todas sus fichas en señal de victoria, y el otro, el mono de su espalda, despertó.

Texto agregado el 21-02-2005, y leído por 206 visitantes. (0 votos)


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