Todo había empezado a causa de unos perritos calientes.
El quería tres y ella tan solo le había preparado dos.
¿ El iceberg del Titanic? ¡Já!.. Una escarchita madrugadora perdida en el oceánico cristal de la ventana.
Bueno, para ser sinceros hemos de reconocer que los ánimos ya venían un poco caldeados desde la noche anterior. Abreviando: El había querido “fiesta” y ella, cansada, lo había “contraprogramado”.
Al mediodía siguiente cuando, tras haber dado cuenta de los dos perritos de marras, preguntó por el tercero, ella , con toda naturalidad, le dijo: –Si quieres otro te lo facturas tu.
Levantose entonces el y, murmurando quédamente un no se qué de tu madre, se dirigió a la cocina a por un rápido plato de cereales. Tras dos perros calientes esperar lo que tarda en hacerse otro, generalmente acaba con lo que queda de apetito ¿Nunca os ha pasado?
Regresó a la salita al instante, con el litro de leche y los conflés en un tazón, a sentarse en el sillón frente al televisor ( Los domingos, si pueden evitarlo, no se sientan a la mesa. Almuerzan informálmente ).
Ella tenía una sonrisita burlona y el no quiso dejarlo pasar. Atacó con alevosía.
-¿Por qué no vas a buscar algo que limpiar?
Ella no supo aguantar el tipo y le soltó los perros:
-Mantenido.
Eligió con cuidado y, en tono bajo, contra atacó :
-zorra.
-Maricón.
-Lesbiana.
-Poco hombre.
-Frígida.
Ella prosiguió menudeando lo mas exquisito de su repertorio mientras el, mirando extraviádamente al techo, no dejaba de mover la cabeza de un lado a otro cantando a lo Stevie Wonder, cual niño pequeño: “bla, bla, bla, bla...”
Esto último logró que a ella se le soltase la anilla y, con un ligero pero rencoroso empujón, hizo que parte del contenido del plato hondo se derramara sobre el.
Sus ojos eran mirillas al infierno mientras se incorporaba y dirigía hacia la cocina, a asearse.
Ella había ganado pero, aún así, no pudo aguantar y en tono chulesco hundió la estocada final: ¿quién va a limpiar ahora?
Lo vió dar media vuelta. Su rostro fue mudando, aceleradamente, de la soberbia al asombro a medida que observaba como el tazón se hacía mas y mas grande mientras el se acercaba.
Cuando lo tuvo justo encima solo alcanzó a murmurar un par de inaudibles sílabas y ¡Chaf! cayó el chaparrón.
Quedaba suficiente para bañarla a ella y a medio sofá mas.
Los cereales reblandecidos y la leche cubrían como masilla su cara y sus cabellos, así como gran parte de su albornoz , la alfombra y el parqué.
La escena habría sido tronchante si no fuera por las dos niñas, sus hijas, de diez y once años que, con los ojos llenos de lágrimas, intentaban hundirse mas y mas en el sillón del fondo, como si quisieran desaparecer dentro de los almohadones en donde juntas habían presenciado, despavoridas, la discusión de sus padres.
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