Y después estabas vos
aguardando sigiloso, detenido
en el asilo de los días,
callado, diluido en las entrañas
que te preñaban con el mundo.
Brioso, aguerrido, elevando tus sombras
por encima de mi sangre,
ardiendo bajo este compás de espera
que tallaba los semblantes, furioso,
abnegado, líquido, concreto,
navegando el interior de eternos sueños.
Y tus pupilas se esfumaban
con el correr de los instantes,
tornasol inscripto entre las vísceras,
ocaso, ruiseñor de mis praderas
paralelo al templo de las horas.
Sueña mi piel ese placebo de tus manos,
el universo,
como una enredadera de este sino
pendiendo de los dioses,
la humanidad, el viento,
templando la memoria de mi vientre,
absoluta, leal, perceptible.
Ana Cecilia.
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