“¡Corre…corre!”
Estas fueron las últimas palabras que Soledad escuchó de Martín. Corrió sin nunca voltear hacia atrás. Luego disparos y gritos iniciaron la violencia que Soledad dejaba tras de sí con temor. Se escondió en un negro y oscuro callejón que traía tenebrosos sentimientos de miedo e inseguridad.
Cubrió sus oídos con sus temblorosas manos, para apartarse de los horrorosos gritos de desesperación. Sin poder hacer nada esperó por el momento en que todo acabara. La pelea terminó, dejando una profunda soledad y silencio, que envolvían el fúnebre ambiente. Soledad se paró y caminó hacia la escena del crimen.
Hace tan solo unos diez minutos ellos estaban caminando por la calle abrazados los dos, cuándo un grupo de asaltantes los atacaron. Los hombres encapuchados de fría muerte se habían dirigido hacia Soledad, pero Martín la protegió y peleo de vuelta, con tal de salvarle la vida a su amada. Dándole tiempo a ella de escapar y esconderse. Caminó como ánima en la superficie terrestre, lenta y minuciosamente, fijándose en el más mínimo sonido y movimiento del espacio que la rodeaba. Como si no quisiera llegar a su destino, como si no quisiera avanzar más allá.
La tibia lluvia del día anterior, dejó charcos de lágrimas en el opaco y sombrío suelo de las oscuras calles. Lluvia que se enfrío con la llegada de aquel momento.
Caminó hasta poder ver a unos pocos pasos más al fondo, un cuerpo sin vida tendido en el suelo. La trémula luz del foco de la calle alumbró suavemente al cuerpo que lentamente obtenía un pálido tono.
Soledad se acercó y se arrodilló ante él. Lo miró atentamente, el silencio que los rodeaba era un silencio aterrador pero al mismo tiempo sereno. Elevó lentamente su rostro hacia el oscuro cielo de la noche estrellada, cuyos astros ya no brillaban con la misma fuerza de siempre. Arrodillada, y con su amado entre sus brazos, gritó fuertemente hacia el cielo su nombre, en busca de una respuesta, de una explicación para lo sucedido.
“¡¡¡¡¡Martín!!!!!”
Aquel nombre retumbó en las frías paredes de aquel estremecedor y sombrío lugar. Perdiéndose en el horizonte como una como un caminante sin rumbo, el cual se aleja sin dejar razones ni explicaciones. El calor que aun guardaba su cuerpo se deslizaba lentamente hacia el espacio, al igual que su nombre.
El cielo, ante aquella manifestación de desesperación, tristeza, y odio, acompañó a Soledad en su dolor, y las frías gotas que el día de ayer habían caído tan suave y tibiamente sobre ella cuando estaba bajo su regazo, hoy cayeron fuerte y fríamente sobre su desnudo ser sin protección.
Sus sollozos se perdieron entre la fuerte y agobiante lluvia, que arrasó con todo su presente y su futuro, dejando tan solo intacto su preciado pasado, en el cual el siempre permanecería.
El teléfono sonó fuertemente, interrumpiendo a Soledad en su lectura. Soledad cogió el teléfono y habló.
-¿Alo?
-¿Soledad?
-Si, con ella.
-¡Ah! Hola, oye amiga, ¿quieres venir hoy al cine? Están dando una súper buena película. Qué dices, ¿quieres venir?
-Está bien, me vendría bien alguna distracción. Hace tiempo que no salgo de casa. Entonces nos vemos en el cine de siempre, ¿verdad?
-Si.
-OK, nos vemos allá.
Colgó el teléfono y miró hacia la foto que estaba boca abajo en el mueble de la esquina. Aquella foto que contenía lo más preciado de su vida. Pero que al mismo tiempo traía tristeza al presente, un pasado que ya estaba a dos años de distancia.
Dentro del cine todas los asientos, uno junto a los otros, daban una sensación de unión entre todos los desconocidos. Empezó la película, pero tan sólo unos minutos después un sueño terrible la invadió. Sus ojos se cerraron lentamente y todos los sonidos que emitía aquella gran sala encerrada se esfumaron entre el denso y envolvente sueño.
Nunca supo por cuanto tiempo estuvo dormida, pero su sueño fue eterno y breve a la vez. Extrañas figuras que se alejaban lentamente hacia un oscuro horizonte aparecieron en su sueño. Atraídas por una fuerza inexplicable. Una de ellas se alejaba más rápido que las demás. Había un inquietante silencio en la atmósfera, repentinamente aquella lejana figura grito desde el más allá, “¡Corre!”.
Soledad despertó bruscamente, dando un gran salto desde su asiento. Su amiga, quien estaba sentada al lado suyo, se asusto y le preguntó si le pasaba algo.
-No nada, estoy un poco cansada nada más.
-Pero si me has dicho que hace tiempo no puedes dormir sin tener terribles pesadillas.
-No no es nada. No te preocupes. Iré al baño, regreso de inmediato.
-Esta bien.
El agua corrió fríamente por su rostro. Todo había sido tan solo un mal sueño. Pero esta era la primera vez que había vuelto a escuchar su voz. Sabía que estos acontecimientos debían tener algún significado.
-Debo regresar.
Sin vacilar salió rápidamente del cine, hacia el lugar donde su corazón la llamaba violentamente. El sol ya se había escondido bajo el horizonte, y la oscuridad que ahora reinaba era la misma que alguna vez cubrió aquella lejana noche. Caminó y caminó hasta llegar a aquella calle. Sin parar siguió hacia delante sin saber con que se encontraría. De pronto pisó un pozo de agua, paró, bajo la vista y la observó. Era idéntica a la de aquella noche. Era como si hubiera viajado hacia el pasado, para encontrarse con alguien en especial. Siguió caminando, y de pronto una persona apareció ante sus ojos. Bajo el foco de la calle, que alumbraba con la misma luz de aquella vez, había un hombre con una capucha negra, que estaba mirando hacia el otro lado de la calle. Se dio vuelta y la miró fijamente a los ojos.
-¡Tú! –dijo Soledad.
El hombre no dijo nada.
-¡Tú tienes la culpa de toda mi desgracia!
El hombre sacó de su bolsillo un cuchillo, cuyo filo brillaba ante la luz del foco. El hombre se acercó lentamente, con toda decisión de matarla sin razón, tan sólo como para continuar con la sucia labor que no se había terminado hace dos años atrás.
Los acontecimientos de aquella noche nunca la dejaron tranquila y desde entonces que vivió insegura. Esta vez ella estaba preparada.
Antes que el asesino se acercara más, Soledad sacó desde su cartera una pistola, y apuntó temblorosamente hace el hombre. El tiempo pareció congelarse en estos segundos decisivos. La luz brilló apuntando hacia un extraño objeto en el cuello del asesino. Aquel brillo hizo que Soledad apretara el gatillo. Pero aquel objeto que brilló justo en ese momento hizo que la bala no matara a aquel sujeto, ya que la bala desvió con el fuerte brillo.
Francisca, la amiga de Soledad, asustada de la huída de su amiga salió a buscarla y la vio justo cuando disparaba. Francisca corrió hacia Soledad, le quitó la pistola de sus manos y la abrasó fuertemente. Luego llamó a la policía y en tan solo unos minutos llegaron hasta la escena del crimen.
Los paramédicos recogieron al hombre quien se había desmayado a causa del dolor. Cuando lo levantaron y lo pusieron en la camilla, un objeto dorado calló al suelo. Soledad se acercó hacia el objeto y lo recogió lentamente. Era un collar, cuyo signo era la mitad de un corazón. Y Soledad tenía el otro lado. Este collar fue el cual distrajo a Soledad y la hizo disparar a la pierna y no al corazón del asesino. Soledad se agachó y con ambos collares en su mano los extendió hacia al cielo y unió ambas partes de aquel roto corazón. Entre sollozos, murmuró el nombre de su amado. La sirena de la ambulancia se alejaba rápidamente y las luces de los autos policiales alumbraban fuertemente a Soledad. Cada vez más la gente se agrupaba para saber lo que había sucedido, mientras que Francisca daba los detalles de lo ocurrido.
Un policía se agachó y cogió a Soledad del brazo.
-Lo siento señorita, pero tendrá que acompañarme.
Soledad se paró sin energías, tambaleándose con cada paso que daba. Sus ojos abiertos no veían nada, era como si estuviera aun en un profundo sueño. Entró al auto y se la llevaron. Dentro de su puño ambos collares estaban unidos, por fin, luego de tanto tiempo de haber estado separados. Aquel collar que hace dos años la policía nunca encontró en la escena del crimen.
Cerró los ojos, y apretando fuertemente los collares entre sus manos, murmullo:
“Gracias amor, gracias por haber regresado a mi en aquel momento de desesperación. Gracias por haberme salvado de cometer el pecado que es quitarle la vida a alguien, aunque aquella persona me haya quitado lo más preciado de mi vida, tú. Gracias por haber vuelto a mi…”
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