Ayer me lo encontré en un bar, para mi mala suerte, como siempre. Cada vez que me alejo y acabo de sanar alguna de mis heridas, aparece para desencajarlo todo.
Estaba un poco pasado de copas, se acercó a mi mesa, diciendo que sus brindis, eran por mi, por él y su cobardía.
Le pedí que se fuera y me dijo que no tenía sentido, al fin y al cabo, me llevaba en su cabeza a donde quiera que fuera.
Me hubiera gustado creerle y colgarme en su cuello como antes, pero no lo hice.
Me fui yo.
Esta vez me tocaba a mi ser cobarde y escapar de los sentimientos que cabalgan en mi pecho cuando lo tengo cerca.
Sé que eso le dolió, finalmente lo conozco más de lo que imagina y más de lo que yo misma quisiera.
Y sé que por despecho, hoy, cuando volvimos a encontrarnos, quiso abrir de nuevo mi herida más grande.
Me bajé en un servicentro a comprar cigarros y estaba ahí, con ella.
Se paró de la mesa, tomó a su hijo en brazos y se dirigió hacia mi. Ella se puso furiosa y trató de detenerlo, pero él con una mirada de súplica le pidió que no lo hiciera.
Respiré hondo, lo saludé con un "hola" casual, sin dirigir ni un segundo la mirada a su hijo. Sabía que quería resfregármelo en la cara y no se lo permití. Debe tener como un mes recién.
Me moría por saber si tenía sus mismos ojos, pero no lo miré, tampoco le pregunté nada, recibí el vuelto y le dije adiós.
Me subí al auto y por el espejo retrovisor pude verlo, aún parado en la puerta...
mirándome...
con su hijo en brazos.
Adiós...
Adiós. |