No debí decirte esas cosas anoche, lo sé, pero nunca he sabido contenerme cuando desgarras con tus gritos el centro de mi orgullo, ahí donde mi hombría no puede soportar el agudo tono de tu voz y, como siempre, exploté.
Ahora te oigo llorar mientras te vistes y no puedo mover mi cuerpo para calmarte, supongo que la vergüenza me paraliza.
Sé que no debí pegarte pero hoy no me siento con fuerzas para afrontar la situación, para levantarme y pedir perdón, para confesar cuánto te quiero, cómo necesito tu presencia, tus caricias, para tenderme en tus brazos y echarme a llorar, arrepentido, prometiendo que siempre cuidaré de ti.
No debiste decirme esas cosas anoche, sé que no debiste. Nunca has sabido contenerte cuando te ataco ahí donde más te duele, en el centro de tu orgullo, ahí donde tu hombría no puede soportar mi agudo tono de voz y como siempre, explotaste.
Ahora, mientras me visto, no puedo evitar llorar, sentirme culpable por haber provocado tu ira, por haber conseguido que me pegaras, que dejaras en mi cuerpo las marcas necesarias para que no me culparan por el puñal que, en un momento inolvidable, pude clavarte en el corazón anoche cuando dormías.
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