Las palabras impresas desvelaban su cobardía, incapaz de pronunciarlas. Ellas fueron su única despedida, cuando ya no podían ser contestadas. Su explicación, la de él. Su regalo, unos pequeños pendientes de oro con diminutas incrustaciones de esmeraldas, trataba de pedir disculpas.
La llaman la Señora de los Solitarios, y no es difícil conocer la razón. Atiende con mano insegura, pero mirada firme, a todos los clientes del local, de manera que nunca ha habido queja sobre su servicio, pero, de vez en cuando, un hombre siente la invitación de sus ojos, y sus palabras, demasiado claras para ser distorsionadas, interpretan una melodía deseada. Entonces ya es tarde.
Ojalá hubiera sido capaz de responder a mis propias preguntas. Demasiado tercas, demasiado ingenuas, demasiado inútiles. Ojalá hubiera podido prescindir de ellas. Mis preguntas me alejaron de ella incluso antes de haberla sostenido entre mis brazos, adjudicando a la desdicha pensamientos que aún ella misma no había tenido tiempo de generar.
Aquella noche caminaba despistado buscando un sitio en el que cenar, sin que ninguno de los que se alineaban en el paseo consiguieran despertar mi interés. La desidia me arrastró hasta el último de los locales, dejándome caer en una de las mesas de la terraza. Inmediatamente sentí su mirada.
Hay almas en este universo condenadas al sufrimiento. Almas generosas, desdichadas, inseguras, decididas ignorando aún sus propios límites. Existen almas infantiles, entregadas, interesadas, devotas de sí mismas, irascibles, volubles, deseables... y hay cuerpos sin alma.
- ¿No te gustó la comida?- Su gesto, exageradamente fruncido, le confería un cómico perfil de madre preocupada.
- No, no es eso- respondí- el problema es que si ceno demasiado tendré pesadillas.
- Eso será porque duermes sólo- sonrió
- Probablemente- volví a contestar, mientras mantenía la mirada deseoso de continuar su juego.
- Bien, pues eso habrá que solucionarlo.
"No puedo seguir así" se decía a sí misma mientras hojeaba distraída una revista que no le interesaba. Arrastrada por su pasado, angustiada por su futuro, buscaba entre las líneas escritas una respuesta a su desasosiego. "No puedo seguir así" se volvió a decir, y en ese momento decidió que su próximo hombre, sería el último. |