Y mientras escuchaba aquella canción que me recordaban a él sentí como la soledad se instalaba en mi interior.
Sentí que nadie me comprendía y supe que por mucho que estuviese en medio de una multitud me seguiría
sintiendo del mismo modo.
Salí a la calle y me puse a caminar sin rumbo. Anocheció.

Desperté en una habitación en donde jamás había estado. Apenas transcurridos unos segundos la puerta se abrió.
No había nadie tras ella. Pensé que era el mejor momento para huir y así lo hice. Salí del edificio sin
demasiada dificultad y me encontré de repente en una explanada donde lo único que se extendía ante mí era la nada.
Decidí que lo último que debía hacer era quedarme allí parada, debía encontrar la manera de volver a casa.
Resultó ser una decisión desacertada.
No llevaba reloj pero el cansancio de mis piernas me hizo comprender que llevaba demasiado tiempo dando vueltas estúpidamente. La angustia se empezó a apoderar de mí y pronto también lo hizo
la desesperación; estaba atrapada y era imposible remediarlo. Fue entonces cuando me di cuenta de que necesitaba la compañía de las personas.

Cerré los ojos y cuando volví a abrirlos estaba de nuevo en casa. Seguía sonando la misma canción.