Cuando sobrevino el terrible ataque de angustia, un pánico desconocido hasta entonces envolvió Ulises en una esfera de fino cristal dónde creía estar a salvo. A partir de entonces, Ulises desarrolló todas sus tareas con la burbujita como otra extremidad más, y claro está, estando allí dentro tan calentito y oxigenado, el mundo de fuera la burbujita la parecía frío, cortante y terriblemente impasible. Ulises hacía pruebas con el mundo exterior. Que él reía, el mundo también reía, las fuentes “brollaban” agua cristalina y alegre, el verde de los árboles se movía al ritmo armónico del viento de media tarde y el suelo proporcionaba agradables olores del terreno esponjoso del bosque. Que él lloraba, el mundo también lloraba, y lo gris era todavía más grís, el rio era sucio y apestaba, los brancales de los árboles permanecían amenazantes y esqueléticos y había una especie de ratón de ordenador sobre el paisaje todo el tiempo. Así resultaban las cosas. Así, gracias a su burbujita vivía muchos momentos de paz, y gracias a la burbujita permanecía el mundo feroz de afuera. Para crear su mundo de protección necesitaba un enemigo, y ahí lo tenía Ulises, sin embargo, no recordaba si este mundo ya estaba antes que la burbujita. Le era imposible recordarlo. Ulises crecía de forma considerable pero no así la burbujita, que lo hacía a duras penas, mas no podía romperla pues sería romperse a sí mismo. Entonces, decidió hacer unos agujeros en la burbujita para poder sacar las extremidades y así desenvolverse mejor en el mundo, al tiempo que estaría más cómodo. A cambio, solo tendré un poco de frío en las extremidades, pensaba Ulises. Así siguió algun tiempo. Luego, un día cualquiera, pero ciertamente señalado por él y su ritual a lo largo de su vida, hizo una ventada considerable de aire polar que heló las extremidades y que se contagió por todo el cuerpo. Ulises estaba atrapado en su burbujita, pero no quería salir y empezó a rodar y rodar aterrorizado dentro de su burbujita, que iba de un lado a otra, a lo que la gente le dirigía cierta mirada de incredulidad y desafío. Se ha vuelto loco, decían. Pero el no estaba loco, sino que defensaba hasta la muerte su cordura y la del mundo. Ahí estaba rodando y dando patadas para hacer desaparecer el frío. La gente seguía gritando que estaba loco. Entonces, pensó, esto precisamente debe de ser estar loco. Y entonces se dio cuenta que la burbujita no era una fina capa tansparente, sino una gruesa capa hecha de todos los diarios del mundo recortados, y de todas las fotos de la gente pegadas a la burbuja. Ni tan siquiera escogí mi burbuja, reflexionó. Vaya hijos de puta, pensó, y luego también pensó; Que tonto he sido, y que tonto seré, porqué soy como soy. Pero a la gente solo le interesa colocarte en el sitio que a ellos más les conviene. No olvides que tu también lo haces, todo el mundo lo hace, se volvió a decir. Claro que debía ser egoísta, y bondadoso a la vez. Así que con las manos heladas hizo tal movimiento que quebrantó la burbujita y al final se rompió, curiosamente partiendo en dos la palabra beneficiencia. Ahora él era todo lo que él tenía. Siempre había estado así, solo que la burbujita...
A fuera hacía fresco, pero que agradable,los pajaros aban vueltas...
Que él reía, el mundo también reía, las fuentes “brollaban” agua cristalina y alegre, el verde de los árboles se movbía al ritmo armóico del viento de mediotarde y els ol proporcionaba agradables olores del suelo esponjoso del bosque. Que él lloraba, el mundo también lloraba, y lo gris era todavía más grís, el rio era sucio y apestaba, los brancales de los árboles permanecían amenazantes y esqueléticos y había una especie de ratón de ordenador sobre el paisaje todo el tiempo.
El mundo no era dos, yo y él, sinó que era el mismo. Cuando pensaba en dos manzanas rojas Ulises pasaba a ser dos manzanas rojas. Cuando se decía, estoy pensando en dos mazanas rojas, ya estaba divagando por su imaginación, aunque creyera lo contrario. El mundo era uno, y lo desconocido no existía más que cuando Ulises lo hacía existir. Por eso cuando el sonreía el mundo sonreía y viceversa. El mundo, bueno o malo, era el/él mismo y no tenía porqué peocuparse.
La ansiedad era la excusa del niño caprichoso por no abandonar el mundo que le habían contado de pequeño en algun maravilloso cuento. Un maravilloso cuento que, como todo, de darle demasiado importancia empieza a clavarse en los huesos y a sagnar. Ulises no se preocupó más por los estados de angustia y estos no volvieron a aparecer.
Ulises empezaba a poder contar historias para aquellos que quiseran...
Por supuesto que esto es cuento, y como la mayoría, este acaba bién. El cuento del niño caprichoso puede tener muchas ramificaciones y con el tiempo vovlerse más astuto y complejo, aunque siemrpre a modo la máscara. Por detrás los miedos siguen acechando, con lo que algo no va bién.
En el cuento del cuento, Ulises comió anices y perdices.
Fuera del cuento, por así decirlo, Ulises no existía más que como cuento.
¡Felices sueños!
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