Así no sucedió, es mentira lo que el relata. Lo que sucedió aquí fue diferente. El la venía siguiendo desde hace algunos minutos antes de que nos pasará esto. Ella me lo dijo: - Gus ¿reconoces a aquel tipo? Dice que te conoce y que le dijiste que me debe raptar. No le creo, yo te creo a ti. De verdad que sí, solo ayúdame a quitármelo, me asusta.
No es posible que esto se haya editado en mi vida, frente a mis ojos, frente a mi, como una película, sin embargo sí sucedió. Ella no tenía la culpa, el tipo era un depravado. Al verme abrazando a Daniela lo único que creo que pensó entonces fue arrebatármela de los brazos, no soportó verme dándole todo mi ser con un abrazo de esos que no se olvidan. Ni él ni yo lo olvidaremos ya que fue el último que ella pudo haber recibido en su vida.
Así, con una brutalidad que nunca vi, ni con los microbuseros peleando el pasaje, me la arrancó de entre los brazos y se la llevó rápidamente. Yo caí al suelo, dándome este un mal golpe que rompió uno de mis brazos. Me percate de ello sin embargo me incorporé casi instantáneamente y traté de correr tras él. Traté pero el iba ya muy alejado a mi. Los gritos de Daniela eran unos que nunca escuche, era una voz transformada en miedo puro, ese sonido era como desesperación directamente inyectada al corazón. Alrededor nadie quiso poner atención, nadie quiso darme una mano siquiera para alentarme, era gente indiferente o gris. La subió a su carro, donde había otros dos personajes que no logré reconocer. Infiero que eran Marco y Elías, sus grandes amigos.
A tan solo unos metros de mi, el auto arrancó veloz. Entonces quedé sin aliento y sin pensar, estaba vuelto loco. Alcance a reconocer al hombre que se la llevó. Justo antes de dar la vuelta a la esquina el auto fue golpeado por un camión amarillo, de esos que viajan sin piedad ante sus pasajeros. El golpe fue exacto. La mato, y no pude evitar ver ese instante en el que ella dejo de gritar. Corrí como galgo para observar más de cerca la condición de Daniela. Era eterna la distancia entonces, hasta que por fin llegué. A mis ojos les entró sangre, de tanta que vieron. A mis oídos les entró sordera, de esa que te da cuando quedas atónito. A mi corazón le entró la tristeza más grande que jamás he sentido, fue como ver a un pequeño perro aplastado en la carretera pero aún, mucho más aún, peor. Aquellos tres lograron salir del auto y escaparon vilmente. Yo me quedé ahí abrazándola, un abrazo que jamás olvidaré, el abrazo más sangriento y triste, y que ella ya no pudo vivir. Pero no me culpen a mí, yo no la rapté como el dijo. Sin embargo llévenme porque me la arrancó de entre mis brazos, esa es mi culpa.
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