En algunos casos de la vida familiar de esta sociedad occidental las palabras clave sufren severas deformaciones a medida que los progenitores envejecen, se debilitan y pierden autonomía. Los ancianos intuyen que algún día serán el sinónimo de lo más deleznable del vocabulario. La palabra Padre ondeará como una bandera soberana durante cuarenta o cincuenta años. En ese lapso los hijos crecerán y serán soldados, se alinearán junto a quien les dio el ser hasta el preciso momento en que este caiga herido por la metralla del tiempo. Entonces las palabras que salgan de sus bocas serán convenientes, razonables, justas, elocuentes pero en ningún caso cariñosas. Poco a poco el vocablo padre tendrá sinónimos espantosos tales como estorbo, lastre, trasto, problema y tantas otras palabras que irá creando la intranquilidad de esos hijos que al final se transformarán en carceleros. La palabra casa también se desvirtuará hasta transformarse en asilo, vertedero, basural, desván y todos los sinónimos que grafiquen de la mejor forma el ansia de aquellos hijos por deshacerse de quien sólo les acarrea problemas.
Se salvarán del estigma los padres que sembraron temprano la semilla del verdadero amor en esas cabecitas inocentes, acaso también serán salvos aquellos que vivan en la más atroz de las miserias, allí el hacinamiento no admite discriminaciones y da lo mismo un rapaz que un anciano revolcándose en la inmundicia. Los más afortunados serán aquellos que le ganaron al alzheimer, a la locura o a la invalidez y que se marcharon del campo de batalla cuando los aires aún eran benevolentes. Desde un punto indeterminado de la eternidad atisbarán a su lejano rebaño y sabrán del amor respetuoso de sus hijos que no tuvieron que desterrarlos en una casa de reposo, porque la parca se les adelantó y decidió un mejor destino para sus progenitores.
Por supuesto que no es la norma. Hay padres que fallecen en los brazos de sus hijos, venerados, queridos y respetados. Y hasta el último minuto, brilla en sus ojos una chispa de entendimiento, de amor a ultranza, de complicidad, cariño y respeto, esa especie de magia que los entrelazó en un parentesco que nada ni nadie pudo doblegar. Ojalá estos no fuesen casos dignos de destacar sino el producto de un compromiso natural e inquebrantable con aquellos que nos procrearon por amor y que no se merecen este cruel destino...
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