UN ENCUENTRO AGRADABLE Y OTRO DESAGRADABLE
-El zorro levantó la cabeza. Sus ojos negros contemplaron un panorama de chilcas, piquillines, algarrobos y espadañas, que se movían al compás de la suave brisa, en la zona del mallín.
-Su atención cambiaba permanentemente de dirección, ya que él sabía, que el peligro podía llegar de cualquier lado. El estado de tensión en que vivía, lo hacía tranquilo, de nervios templados. Poco amigo de los movimientos bruscos, pero tan alerta, que cualquier cambio en el paisaje, encendía sus censores y activaba su capacidad de observación, para determinar la razón de su alarma. Todo se manejaba con el código de captar diferencias entre las imágenes anteriores y la actual, y así deducir si era peligro o comida. Cualquiera fuera la causa, se quedaba inmóvil, tomando como referencia un punto fijo ( piedra o planta), tratando de determinar lo que ocurría adelante. Si había movimientos de uno o varios ejemplares, que al ver, decidía como proceder.
-Como siempre, estaba hambriento, y ese estado de languidez, lo mantenía ágil, lúcido, con la mente activa, con toda su capacidad perceptiva y alerta. Primero vio una, otra, otra. Era un grupo de martinetas que se desplazaban comiendo los renuevos de los escasos pastos, que crecen después de alguna esporádica lluvia, o cerca de un cauce seco, que en la profundidad, acumula la suficiente humedad para dar vida a éstas gramillas de raíces que se entierran buscando sobrevivir. Las aves que conocían la presencia de sus enemigos, estaban alertas. Siempre alguna de ellas suspendía la búsqueda de alimentos y alzaba la cabeza, oteando a su alrededor, hasta que otra la reemplazaba automáticamente como sabiendo el peligro que corrían. Pero aún así, el zorro era demasiado astuto. Muchos fracasos lo habían vuelto sabio en el arte de cazar. El sabía de la fineza del oído de las aves, por eso trataba que su desplazamiento, fuera tan leve y controlado, no permitiendo que lo rozara alguna rama, evitando la multiplicación del movimiento en el resto del arbusto o mata.
-El tiempo de acercamiento, es directamente proporcional al hambre y cuando hay mayor necesidad, las precauciones aumentan. Primero fue hacia el Norte. Dio un gran rodeo, de manera que ningún olor, fuera hacia las aves y las espantara. Se aproximó, ocultándose detrás de una planta de chupa sangre que con sus espinas desafía al que osa tocarla. Las observó. Era un grupo de por lo menos quince ejemplares. La mayoría adultos que se desparramaban o se juntaban en la medida que los pastos aparecían. Pero existía un orden que nunca rompían, siempre había un animal listo para el aviso, así desbandarse y volar.
-El cazador sabía que mientras estuviera cerca de la bandada, sin mucho barullo, siendo precavido, tendría comida por varios días. Así que se mantuvo a retaguardia del grupo y esperó. El sol siguió su camino y empezó a ocultarse detrás de los altos cerros que hacían rebotar los rayos, permitiendo que la penumbra invadiera los cañadones. Entre ese claro-oscuro, el drama de la vida y la muerte, estaba vigente. Las aves, ya un poco cansadas, con el buche lleno, empezaron a buscar un refugio seguro, sin sospechar que alguien las estaba observando y ubicando mentalmente el lugar de reposo de la bandada. Eligió su presa. Como una defensa más, el color de la pluma le permite al animal, asimilarse al paisaje, transformándose por asociación de imágenes, en otra piedra. De pronto el grupo desapareció.
-La noche llegó. En pocos minutos, la oscuridad invadió todo. El color fue uniforme, indefinido. Las formas se desdibujaron. Como una estatua viviente, echado sobre su panza vacía, estaba la raposa. Todo lo que abarcaba con su mirada profunda, cada nata, arbusto o piedra, tenía la ubicación definida. El nerviosismo innato de todo ser que se sabe indefenso, que debe confiar en su habilidad para esconderse, todavía producía movimientos en las aves. Eran casi imperceptibles y disminuían, pero indicaban un grado de tensión inevitable. El momento esperado llegó. El ataque fue destinado hacia una martineta que eligió esconderse un poco apartada, pegada el tronco principal de una jarilla, protegida por las ramas. El acercamiento fue lento. Cada paso, un ejemplo de balanceo y equilibrio. Cada movimiento estaba dibujado en la mente del zorro, que cuando apoyaba sus patas, distribuía su peso armoniosamente y usaba su gran cola, como contrapeso y guía que le permitía corregir o absorber cualquier error.
-Solo fue un apretón de su boca que asfixió e impidió cualquier reacción de la desprevenida ave, que ya tenía su destino definido. Empezó un lento retroceso, mientras se agitaban inútilmente las patas de la víctima. Se retiró unos cientos de metros. Comió. Buscó hasta encontrar una cavidad, en un afloramiento rocoso, que era lo suficientemente amplia para introducir su cuerpo y descansar. Lo hizo retrocediendo. En esa posición tenía una visión de lo que pasaba afuera y era casi imposible ser visto, porque la hendidura era profunda.
-El tiempo fue pasando. Los ruidos de la noche invadieron el espacio. Entonces llegó la hora del gran depredador. Aquel que lleva hasta límites inimaginables, su paciencia y dominio personal, pero que siempre se sale con la suya. El que mete miedo. El puma. Su finísimo olfato y un oído sin igual, deja casi sin chance a las víctimas que buscan pasar desapercibidas. Las que por alguna fortuita razón, logran escapar, guardan en su mente, imágenes de terror, que las acompañarán toda la vida. Y cada vez que algún ruido u olor, se asemeje a lo vivido, buscarán escapar, no regresar. El zorro conocía al gran gato. Le temía como todos. Pero había una sutil diferencia. El sabía como eludirlo, como engañarlo, no entraba en pánico, manejaba sus emociones, controlaba sus tiempos, estaba preparado.
-El silencio, ocupa un lugar muy importante en el momento descrito. Quien lo sabe aprovechar y se mueve dentro de él, lo usa como escudo. Ya que mientras no se rompa, es el guardián. Cuando se interrumpe, es el que brinda la oportunidad de escapar, o prepararse para la defensa. La mañana llegó, era gris. Las nubes desde el Este, se arrimaban, el leve viento las impulsaba, las empujaba, cubriendo más y más, todo el cielo. El Otoño estaba en la mitad que llega al Invierno y la temperatura no alcanzaba a vencer el frío que dejó la larga noche. El felino, después de una jornada vacía, donde a pesar de la búsqueda, no había tenido suerte. Estaba de mal humor y lo demostraba agitando su cola, mientras echado sobre un afloramiento rocoso de mediana altura, que era como un pedestal de un monumento inconcluso, contemplaba el paisaje, a través de dos ranuras donde guardaba sus ojos.
-El sueño lo molestaba. Solo su panza vacía, lo impulsaba a continuar con la vigilia, tratando de encontrar aunque sea algo pequeño, pero que sirviera de entretenimiento hasta la noche. El zorro estaba durmiendo tranquilo, su subconsciente hacía guardia. El entrenamiento era de lo mejor, había sido probado muchas veces.
-El espacio de cielo que se veía por la hendidura, fue ocupado por un breve lapso de tiempo, por una sombra. Y eso se repitió en varias ocasiones. El aviso llegó. La alarma activada por el guardián, debido la variación de la claridad constante, sonó. Los ojos se abrieron, y en un instante tomó noción cabal de que algo estaba pasando, y era malo. Tenía que analizar lo que sucedía, partiendo de la base de que lo otro; lo que estaba afuera, ignoraba su presencia. Eso le daba tiempo para ubicarse y ver que actitud tomar. Moverse, era la oportunidad para que un oído bien afinado, lo captase. Justo en ese momento, una pulga hambrienta decidió, ponerse a chupar sangre, produciéndole un escozor que puso en juego su voluntad para no mover una pata, calmando la comezón. Su sentido de supervivencia dominó la situación y el cerebro ordenó inmovilidad total. Solo los ojos se movían y la lengua cayó a un costado del hocico, permitiéndole una respiración más cómoda.
-El olfato no lo engañó. El supo, quien estaba afuera. La nariz del gato, también estaba trabajando, pero como el viento era constante, y otros olores participaban de la selección, no lograba determinar la dirección ni lo causante de otros efluvios, que irregularmente y en forma muy leve, aparecían y esfumaban. Eso le causaba desconcierto porque no lograba determinar que o quien lo ocasionaba. El puma se enderezó y giró su regia cabeza en todas direcciones, tratando de definir lo que su instinto y capacidad olfativa, no terminaban de entender. Había algo, pero ¿ que?.
-Es mucha la sabiduría que genéticamente han adquirido los animales salvajes, generación tras generación. La lucha constante por la supervivencia, conforma un rico repertorio de ataques y fugas, de simulaciones y engaños, que les sirven para conseguir alimentos o proteger sus vidas. Así que decidió bajar del promontorio y tomar distancia, mientras todos sus censores se activaban, tratando de captar algún ruido u otro indicio que le indicase lo que estaba ocurriendo. El zorro vio la maniobra cuando el gato pasó frente a la hendidura que continuaba en sombras. Pero era consciente que en cualquier momento regresaría y metería su nariz en el hueco, conociendo al fin, la razón de lo que le preocupaba. Normalmente no atacaba al zorro porque sabía que era un rival difícil y astuto, pero el hambre era motivo suficiente y poderoso para éste animal, que no tiene enemigos naturales, actuara.
-La raposa evaluó su conveniencia. Corriendo, el felino lo alcanzaría. Trepando, este también era superior. En otras oportunidades, había estado en peligro, pero porque estaba cansado, lastimado o lleno, el gato no insistió en agarrarlo. Pero en ésta oportunidad, las condiciones favorecían al predador, que podía, una vez descubierto su oponente, esperar, y con su zarpa, sacarlo del escondrijo. Una sola opción tendría el zorro, y era la diferencia entre la vida y la muerte. Solo una oportunidad y un breve tiempo, para lograrlo.
-El puma lentamente, comenzó a caminar en una dirección, para luego retornar y empezar en otra. La víctima tenía que aprovechar el momento cuando el gato estuviera lo más lejos de la piedra, para partir raudamente, en el sentido contrario. De esa manera, sacaría una ventaja que no sabía cuanto le iba a durar, dado el desplazamiento más veloz de su enemigo. Pero no había mucho tiempo para pensar y esperar. Decidió salir, cuando viera que el puma se detenía a mirar, para luego regresar. Se preparó, estiró las patas todo lo que pudo, ya que el espacio era pequeño y la posición, incómoda. De pronto salió, acelerando el trote que se convirtió en carrera frenética, hacia un destino incierto.
-El gato sorprendido, demoró en reaccionar. Luego inició con largos y estilizados saltos, la persecución de lo que andaba buscando sin saber que era: un zorro. No era alimento de su predilección. Le gustaban más las presas gordas y lentas. Pero en ésta ocasión, no había elección. El hambre apretaba, lo empujaba. El animal que huía, usando todas sus energías, corría entre matas de jarilla y piedras, tratando de poner distancia. Pasado el primer momento, el felino aumentó su ritmo y vio a su presa, que se escabullía, más adelante. Sabía que lo alcanzaría y en eso puso su mente y calidad como cazador. No era rival para él. En todos los terrenos, lo superaba. Cuesta arriba, cuesta abajo, siempre se impondría su potencia, la agilidad.
-La diferencia se acortaba. El zorro ya escuchaba el apagado sonido de las patas del puma, que retumbaban en sus orejas, que iban totalmente tumbadas sobre la cabeza y en permanente escucha, tratando de descifrar el proceder, de su perseguidor, ya que los ojos los tenía bien fijos adelante, aprovechando todas las posibilidades que le brindaba el terreno. El perseguidor, ganó en velocidad. Ya casi podía tocar la cola del perseguido, que flameaba, moviéndose de derecha a izquierda, tratando en vano de engañar, haciendo creer, que cambiaba de dirección. Nada valía, porque el gato lo que miraba era la cabeza del zorro y eso lo guiaba. El felino preparó el salto, calculando la velocidad de su oponente. Dio mayor impulso a sus patas traseras y se elevó.
-La raposa, escuchó más que vio el salto. Volcó su cuerpo hacia la derecha, para sacarlo de la línea de ataque. Lo consiguió, pero era consciente que el segundo, sería el último. El puma sobrepasó la posición del atacado y torció la cabeza para observar el nuevo derrotero a seguir. Ocurrió lo inesperado. Cayó sobre la bandada de martinetas, que sorprendidas, atinaron solo a hacer lo que sabían, salvarse corriendo o volando. En ese intento, totalmente aturdidas, aterradas, agitando desesperadamente las alas; gritando todas al unísono, sin dirección definida. Algunas (tres o cuatro), atropellaron al gato. Lo sorprendieron de tal forma, que se desconcentró y rodó, golpeando el hocico contra el suelo pedregoso, que le produjo raspones dolorosos. Totalmente confundido, sin saber quien lo atacaba, se enderezó rodeado de carreras y aletazos. Lanzó varios manotazos, en actitud defensiva y retrocedió, tomando distancia, tratando de entender que pasaba, que lo agredía. Las aves, ya habían tomado recaudos y partido en raudo vuelo, en cualquier dirección.
-El puma quedó solo. Algunas plumas sueltas, revoloteaban por efectos del viento suave. Al final, nadie lastimó a nadie. Con el orgullo herido, la nariz raspada; el escozor de dos o tres picotazos en las orejas y el lomo, y los gritos de un estómago vacío, se alejó el gran cazador, rumbo a su madriguera. De muy mal genio, después del fracaso.
-El zorro, agitado, con la lengua afuera. Ya a salvo, escondido entre algarrobos tupidos, comenzó a recuperar el aliento. Pensó en la bandada de martinetas, que se habían ido, pero que le salvaron la vida. Se paró. Y luego de tomar las precauciones acostumbradas, reinició la lucha por sobrevivir, porque la panza le reclamaba comida. El ejercicio, le había abierto el apetito.
fin
Huecú, Neneo Coirón |