Hoy no quiero escribir. No tengo ganas y no lo haré aunque súbitamente surja en mi cabeza una historia maravillosa o la mirada de un niño me inspire un poema grandioso o la voz tintineante de una doncella haga vibrar mi pecho con sus sones melodiosos, evocándome un bello cuento.. No lo haré simplemente porque no quiero hacerlo, así mi enamorada página Word me coquetee con su piel virginal, así mis dedos galopen en el vacío, domesticados como briosos corceles que galopan sobre el teclado para transformar mis pensamientos en ordenados caracteres. No, no lo haré aunque acudan a mi mente las imágenes gloriosas de una legendaria epopeya o las voces de descontento de algunos seres que transforman su pensamiento en acción, alzando obras importantísimas o consumiéndose en una violencia desatada que destruye lo que con tanto esfuerzo se ha construido. Nada señores, nada me hará cambiar de parecer, mi decisión está tomada y así se desplome el cielo sobre mi cabeza o me encuentre a boca de jarro con el cadáver sonriente de mi abuela, nada de eso será plasmado en el papel, porque hoy he resuelto tomar descanso, olvidarme de esa multitud de personajes angustiantes que se pasea a diario por mi cabeza, mendigándome un poco de protagonismo. No hay caso, para no abrirle ningún flanco a la conmiseración, cierro mis ojos, me cubro los oídos, pongo mi mente en blanco, desoigo las voces llorosas de esos seres insinuantes que se prosternan en mis circunvoluciones cerebrales para susurrarme sus patéticas historias. No señor, no se oye padre, no escucho nada, alzo mis ojos a la techumbre y silbo despreocupadamente, ellos me acucian, me golpetean mi cuerpo por dentro, se aferran a mi corazón, me pellizcan el estómago, pero es en vano, hoy no atiendo, hoy he decidido tomarme un día sabático del mismo modo como los hebreos dejaban descansar sus tierras, viñas y olivares al séptimo año, igual, por veinticuatro horas, mis fantasías se irán de picnic, retozarán en lagos de azules aguas y sus pies ligeros rozarán las mullidas arenas. Vacaciones, si señor, vacaciones por un día, la sala de partos que cada jornada es estremecida por el grito gutural de un nuevo cuento, hoy permanece con sus puertas cerradas a machote. Me dirijo por lo tanto a mi habitación y me tengo prometido un sueño descomunal, terapéutico y prolongado, no interrumpido por ninguna pesadilla que pudiera ser sospechosamente parecida a un relato al cual yo pudiese después sacarle partido. No señor, nada ni nadie podrá lograr que yo escriba ni siquiera una sílaba, no señor…
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