Todo sucedió en una taberna, en donde se encontraban todas las mesas ocupadas, y un joven se hallaba parado frente a la barra.
El joven, pasado de alcohol, se disponía a hacer una apuesta con el barman. De esta manera, apuesta trescientas monedas a que él orinaría en un vaso ubicado a cinco metros sobre la barra sin desperdiciar ninguna gota.
El barman, confiado de que ganaría el dinero, aceptó la apuesta, e invitó al joven a consumar el hecho.
Así el joven, tras beber un vaso de cerveza, bajó sus pantalones, se preparó, y orinó con tan poca puntería que logró empapar a toda la barra, las botellas y vasos, e incluso al barman.
Contento por el triunfo, el dueño de la barra exigió cobrar ese dinero, mientras el joven hablaba con tres hombres ubicados en una mesa cercana.
Con una sonrisa en la cara, el perdedor se acercó a la barra, y le dio el dinero.
Desconcertado, el barman le preguntó al chico por qué estaba contento tras perder la apuesta, y éste, con la misma sonrisa de siempre le contó que había apostado más dinero con los de la mesa a cambio de que orinara sobre la barra, las botellas, los vasos, y sobre él, y se quedara contento. |