Hojita de Toronjil
A veces te veo, pedacito de luz, apretujada en una esquina de cristal, como si fueras una transparencia gorda; detrás de ti, un duendecillo pequeñito tira de tus cabellos largos, intentando hacer una trenza larga, larga, larga, que llegue hasta el horizonte, en donde esperan un par de alas negras, negras, negras, bordadas, en su final, de blanco, blanco, blanco. Tus ojos, capulíes al viento, ríen con los míos, alegres y saltarines y proyectan su luz, como faros, hasta donde empieza el sol.
- Deja ya de jugar (tus ojillos se ponen tristes); no ves que pronto tendré que ir donde las mariposas. Esta mañana, las he dejado muy cerca del borde del camino, a la espera. No pudimos ir más allá, porque han puesto una cerca alta y larga, con alambre de púas entre poste y poste que encierra el oloroso jardín y las pobres no han podido entrar para posarse sobre las flores. ¡Son tan delicadas! No le hacen ningún daño a las orquídeas, ni a las rosas, ni a los claveles; sólo juegan a intercambiar colores.
No te quejes, pedacito de luz, esto apenas es el comienzo; nada sabemos de lo que vendrá. Bueno, eso es un decir, todos sabemos lo que vendrá pero preferimos creer que la vida es así. ¿Por qué es así? Bueno, dicen que somos pobres y que por ello, tendremos un premio, al final, sí, al final. Lo cierto es que yo no creo en eso. Lo que pasa es que están jugando con nosotros como juega el gato con el ratón: el gato, con zarpa larga y poderosa, aprisiona, hiere apenas y suelta. El ratón cree que logró escapar y emprende la huida sorteando obstáculos, incluso, hiriéndose más con lo que se choca; el gato, observa y mide hasta que, de pronto, un salto exacto, certero y una y otra vez, y otra vez, hasta que lo mata y se lo come.
- No, pedacito de luz, somos pobres, pero no somos ratones. En tus ojitos negros como la noche, has escrito parte de tu vida. Y yo la he leído cada mañana y sigo esperando la continuación para ser feliz. No demores, hojita de toronjil, llena de olor mi vida hasta que...
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