Navaja
Era un tipo sumamente raro (en realidad, jamás podré definir quién es un tipo raro y quién no). Lo que hacía diferente a mi amigo es que siempre andaba con la cabeza entre los hombros, con un cigarro en los dedos, que nunca se terminaba. Cuando lo conocí, pensé que no tenía ojos o mejor dicho, que era ciego, porque nunca despegaba la mirada del suelo; imaginé que tal vez, al verle a la cara, descubriría una mirada ausente, lejana, fría, fea.
- ¿Ves esta bolsa? -me dijo una mañana, después de mucho tiempo de conocernos- La llevo atada a mi cinturón. –su cigarro sujetaba una larga ceniza en forma cilíndrica y cuando dio una chupada, antes de continuar, se desprendió y cayó estrellándose en el suelo- Unas penas, mezcla de rojo y azul, se ubican en el fondo. Encima de ellas, tengo unos cigarros y el encendedor, y en un rincón, en el sitio más oscuro, mi navaja. Es curva, que se dobla fácilmente en dos. No está bien afilada. La compré hace años, para cortarme los uñeros. ¿Te conté que me salen unos uñeros tercos? Bueno, para eso la compré. Jamás la he usado, porque descubrí que con un poco de cuidado podía cortarlos con un pedazo viejo y afilado de sierra para cortar fierro. –con el pucho del cigarro, encendió otro, aspiró hondamente y con cara de niño desamparado, mirándome fijamente, continuó lentamente- No sabría decir qué produce más dolor, si un uñero retorcido que taladra la carne, o esas penas de color rojo mezclado con azul. A ti puede parecerte torpe o estúpido que trate de definir dolores: los dolores sólo están allí, te joden por un momento o por un siglo, pero están ahí y en ningún caso, puedes usar una navaja, aunque sea curva, para quitártelos.
|