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Hallaron los restos de la parejita de ancianos entre muchos otros utensilios de cocina.
El gendarme, que estaba de paso, se ajustó su gorra debidamente mientras clavaba la mirada en todos esos huesos, apenas cubiertos por algún trozo de tela entre la tierra.
Los excavadores continuaron cavando.
Apareció una cabecita sobre una mesa. Ésta aún tenía pelo, algo difícil de explicar sobre todo por que debía de llevar en aquel lugar algunos siglos. Pero la cabecita, que fijaba su mirada hacia arriba, no mostraba respeto hacia las normas de la naturaleza. De hecho no existirá jamás lo antinatural, porque todo es natural. Incluso lo sumamente extraño.
De repente comenzaron a salir niños.
¡Niños por todas partes!
Algunos reían y jugaban alrededor de la mesita. Otros, en cambio, se hallaban muertos y con sus extremidades giradas del revés.
Los excavadores y el mismo gendarme estaban boquiabiertos. Sencillamente no podían creer todo lo que veían. No podían entender que aquella gruta les conduciría hasta la mismísima cueva del hombre con cabeza de toro que bebía cervezas.
Cavando un poco más encontraron varias puertas enteras, apiladas entre sí o sencillamente desperdigadas por la tierra, entre las rocas. Algunas de las puertas tenían cerrojos metálicos.
De repente un excavador arrojó su camiseta empapada al suelo y emprendió un mágico y escalofriante ascenso hacia la superficie.
Volando, volaando…
Y un niño mira al cielo.
Lean "La fría y tierna desídia de James" |
Texto agregado el 18-02-2005, y leído por 133
visitantes. (2 votos)
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Lectores Opinan |
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21-02-2005 |
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buenas divagacionees , es increible como nos vas envolviendo en la tranma MATEOXX |
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