Un muerto encierras…me decía Ismael Serrano al oído; te aseguro que nadie ha entendido tanto esa frase como yo. Las circunstancias me hacen ser ante vuestros ojos la persona que todos querríais ser, pero sólo la realidad y el espejo saben quien soy en realidad; un muerto que pasea en un mundo de vivos con una sonrisa artificial y una autoestima en manos del enemigo.
Es duro estar triste sin que nadie lo sospeche y sin tener una razón para estarlo, al menos aparente…o quizás es que tengo tantas que no es ninguna en particular y eso me impide concentrarme en una. No quiero que nadie se compadezca de mí puesto que la vida no me está tratando mal, quiero decir, que la muy puta podría haberse portado peor; a lo que me refiero, es que si algo me hubiera sucedido, al menos podría echarle la culpa de mi tristeza.
Pero no es así, lo cual me asusta porque estoy llegando a la conclusión de que estoy en manos de la peor enfermedad, esa que te impide mostrar afecto por nadie, la que te prefiere tumbado a ocioso, una que no te permite razonar sobre ella misma. La muerte. No de mi cuerpo, o al menos de su totalidad, pero sí de mis relaciones con los demás, de mis ganas por ser el mejor, de mi esfuerzo por no defraudar, de mi satisfacción personal, de todo aquello que tiene importancia...cuando estás vivo. No sé con exactitud cuando empezaron los síntomas, pero puede que fuera cuando empecé a beber.
En algún lugar, delante de un ordenador que no es mío, 18/02/05. |