Habiendo sido sentenciado por doble homicidio, y totalmente abandonado por su familia, Pedro García permanecía aterrado en su celda. A la mañana siguiente, la silla eléctrica, cual implacable justiciera, lo esperaría en su regazo para destronarle la vida.
-¡ Tendrán que llevarme con grúa a esa cosa!- desgarradamente vociferaba Pedro. Su oscura vestimenta, acurrucada en su lecho, se diluía en la penumbra vespertina, así como sus lágrimas en sollozos. Y a sus sesenta sufrientes años comenzó a ensayar un balance de sus días, en el momento que cierta frialdad se deslizaba por su interior.
De repente, vio la acorazada puerta de su celda, abrirse lentamente.
Un niño con atuendo amarillo entró decidido. Pedro, anonadado, pronto intuyó que se trataba de alguien conocido.
-Me costó mucho escapar de ese encierro en el que me metiste. Me has quitado tanta vida que ahora soy un triste niño que ha perdido sus deseos de jugar, expresó el niño..
-Debo estar delirando- Pedro concluyó.
De alguna manera lo atravesó la sinceridad del niño, quien se le acercó más, lo abrazó, y silenciosamente se marchó.
Pocos segundos pasaron cuando Pedro vio abrirse nuevamente la puerta. Esta vez, un muchacho de ropaje anaranjado ingresó a paso seguro.
-¡No entiendo qué es lo que me está ocurriendo!- Pedro exclamó asombrado.
-Tú, me fuiste depositando en ese tenebroso encierro. Ahora observame cómo soy un reprimido adolescente que perdió su creatividad, dijo el muchacho.
-¿De qué encierro me hablas? ¡Maldición… soy yo quien está encerrado! Sin contestar, el muchacho se le acercó, lo abrazó con ternura y se marchó misterioso.
Al instante, ingresó una mujer de verde ropaje, y se le presentó algo desafiante.
-Sólo quisiste que fuera tuya, era tanta tu posesividad que me fuiste ahogando. Ahora soy una encadenada adulta que ha perdido su libertad. Pese al estupor de Pedro y el tono de reproche, ella se le acercó, lo abrazó con afectos, y salió. A esta altura, Pedro ya intuía que esas inesperadas apariciones continuarían.
Y así, una mujer de ropaje gris, en silla de ruedas, ingresó.
-¡Yo te hacía muerta, inmundicia de mujer!- exclamó Pedro, iracundo.
-¡He muerto a tantas cosas! Ahora soy una pobre víctima que perdió el respeto, hacia mí misma, hacia la vida.
Y como en las anteriores visitas, ella comprensivamente lo abrazó y se fue.
Por último se le presentó un anciano de armoniosas facciones. Su perfumada túnica rosa lucía con la simpleza de la misma flor. Y a pesar de que Pedro no recordaba haberlo visto antes, le era extrañamente familiar.
-¿Me podrás tú explicar todo este estúpido desfile? ¡Basta ya de reproches, mierdaaa…!
-Sí puedo, por lo que te pido prestes mucha atención.
El gentil anciano inició la explicación.
-A cada etapa de tu existencia, se le asoció un valor ético o atributo.
Y con tono sereno y dulce prosiguió.
-El niño de amarillo que te habló fue tu misma niñez.
-¡Ajá! Esto sí que es el delirio total. ¿De qué encierro me hablaría ese estùpido pequeño incoherente?
-A tus primeros años, de alguna manera los disfrutaste, pero luego fuiste perdiendo el interés por jugar.
-¡Por supuesto, uno va creciendo!
-Entonces, fuiste aceptando la creencia de asociar madurez con seriedad.
-Claro, de lo contrario uno haría ridiculeces. Cosas de tontos y locos, ja, ja, ja – nerviosamente, se burló Pedro.
-Pero tu niñez continúa viviendo contigo. Y es así como fuiste escondiendo la alegría que tu infancia te hacía sentir… Algo similar ocurrió con tu adolescencia que representó el muchacho de anaranjado.
-Esto sí que está interesante! Seguro que también la fui encerrando!
-Sí, por un tiempo te sentiste espontáneo. Pero luego tú mismo fuiste aceptando la creencia de lo que otros solían decirte.
-¡Ah, Sí! Recuerdo en el colegio, cuando se reían sobre mis preguntas tontas… Y en mi hogar mi familia que no comprendía mis locas rebeldías.
-Y así es como fuiste ocultando la creatividad que tu adolescencia te brindaba.
-¿Qué representa la mujer de verde? ¡Ella fue el amor de mi vida!
-Fue tu adultez quien te habló. Por un tiempo sentiste amor por esa mujer, ese amor puro que es incondicional, que carece de egoísmos. Pero luego fuiste aceptando la creencia de sentirte tan vacío, y que necesitabas llenar esa vacuidad al utilizar un amor tan posesivo.
-¡Por eso lo de mis celos que me cegaron tanto! Hasta llegar a asesinar a ese tal Rubén, luego que me enteré sobre aquiel hecho de infidelidad- agregó Pedro angustiado.
-Y así es que tanto te encadenaste a esa mujer que fuiste perdiendo la libertad que ella misma te mostraba.
-¿Y qué sobre la mujer de gris de la silla de ruedas? ¡Esa vil mujerzuela. Me repugnaba tanto que finalmente también la asesinè!
-Ella representa tu prójimo. No supiste respetar su forma de vida al no dejarla ir por los senderos que ella quería transitar.
-Mi intolerancia fue tal que no pude soportar el hecho de que le fuese infiel a mi amigo.
-Y así es que fuiste perdiendo el respeto a quien tanto lo necesitaba.
-Pero, ¿Cómo es que sabes tanto acerca de mí? Y al final ¿Quién diablos eres?
-Yo soy… digamos que soy una materialización de tu propia Conciencia.
-Parece que has expresado algunas verdades. ¿Por qué no me hablaste antes?
-Siempre te he estado hablando, pero tú en medio de tus egoísmos y temores nunca te has dignado a escucharme.
-Entonces te las ingeniaste muy bien para hacer que se expresen esos cuatro personajes.
-Así es, pero solamente te representé cuatro de tus atributos fundamentales. Pero siempre ten presente que tus etapas, atributos, tu prójimo, tú y yo, en realidad somos UNO.
Pedro reflexionó por un tiempo considerable.
-Estoy empezando a ver todos mis errores cometidos. Realmente no sé qué decir… Si es así como tú dices, sólo me nace pedirte perdón.
-No tengo por qué perdonarte- replicó con dulzura el anciano
-¡Claro! Si me merezco todas las condenas!
-No comprendes. ¿Cómo podría el Amor, juzgar y condenar? Nunca he acumulado nada por eso no hay ofensa alguna, no hay qué perdonar. Actuaste de acuerdo a tu propio guión.
-¿De qué me sirve tu comprensión si los hombres me condenan?
-Aparentemente no te servirá de nada. Pero si de perdonar se trata, lo realmente importante es que tú mismo puedas perdonarte.
-Pero entonces ¿Quién soy yo?- increpó con zozobra.
-Tú eres mi atributo. Un alma que deseó experimentar la densidad de este plano físico.
-El problema es que ¡uno se queda tan enredado!
-Las ideas que se piensan y que se sienten en el corazón, luego se realizan en tu vida.
-Entonces fue que alimenté por sobre todo los pensamientos negativos ¿verdad?
-Así es, esos pensamientos destructivos tomaron el control de tu vida, siempre liderados por el temor y tu egoísmo.
-Entonces, era menester incorporar los “Valores positivos”, supongo.
-No tienes que incorporarlos ni creer en ellos porque siempre fueron partes naturalmente constitutivas de tu ser.
-Me cuesta percibir eso.
-Porque tus prejuicios, falsas creencias, temores, actúan como lentes distorsionadores de tus propios dones como la luz, el amor, la felicidad que siempre moran en ti.
-Y seguramente no hubiera sido un vil asesino- suspiró Pedro.
-Primero, le fuiste quitando vida a tus virtudes. Lo que luego realizas en el mundo exterior no hace más que reflejar tu estado interior.
-Dime, toda esta escena que veo y escucho ¿es real, un sueño, o un producto de mi imaginería?- preguntó nervioso.
-Si lo que escuchas lo percibes como verdad, es real. Si te suena como falso, será tu imaginación… Ya es tiempo de que concluya este encuentro- agrego serenamente el anciano.
-¿Te presentarás ante mí otra vez?
-Yo siempre estoy contigo.
-Y, ¿Cómo haré pára escucharte?
-Simple, mientras más se aquieten tus pensamientos, más clara oirás mi voz y sentirás mi presencia.
Y así el diálogo finalizó... El anciano de rosa súbitamente comenzó a brillar. Con tal intensidad creció su luz que estableció una feroz lucha contra la negritud de la noche. Los ojos de Pedro no la pudieron soportar. Pero en instantes, la oscuridad terminó por devorarse a la luz porque ésta había osado desafiar al momentáneo reinado de aquélla. Entonces al tiempo que Pedro cerró los ojos le invadió un extraño calor en el pecho. El continuó reflexionando un poco más hasta quedar totalmente exhausto, y por algunas horas profundamente durmió.
-¡Al fin llegó tu hora, maldito!- con aire valiente gritó el guardiacárcel.
Pedro, sobresaltado, despertó. Una vez que se dio cuenta que ya lo llevarían, comenzó a correr desesperado en su celda cual feroz animal salvaje recién enjaulado.
-¡No iré allí !!!- gritaba con voz totalmente quebrada.
-Es muy peligroso,¡Sujétenlo uno de cada extremidad!- ordenó el guardia a sus colegas.
Mientras cautelosamente lo llevaban por aquel largo pasillo que lo conducía al asesino trono justiciero, y sin saber cómo, Pedro comenzó a observar sus pensamientos. Los percibió con simpleza, sin juicios ni condenas…
Y aquéllos, rápidamente se aquietaron en su mente hasta desaparecer en la eternidad de un Ahora sin tiempo y en el preciso momento en que miles de etéreas chispas comenzaron a iluminar su mirada y a encender su corazón. |