Hoy quiero plantear dos puntos de reflexión, sólo eso, dejarlos ahí para que los uses como quieras.

Primero

Hace unas semanas un corrimiento de tierras, debido a la excavación de un túnel para el metro en el barrio del Carmel de Barcelona, provocó un gran socavón que afectó a la estabilidad de varios edificios. Aparte de todas las posibles causas, negligencias y responsabilidades, quiero centrarme en un dilema.

Las historias de los vecinos afectados despiertan una empatía inquietante que hace temblar sólo con pensar en verse en esa situación. Un hombre contaba que estaba duchándose cuando los bomberos le conminaron a que abandonase el edificio inmediatamente. Salió en zapatillas y ya no volvió a entrar más en su casa que fue derruida a la semana siguiente. Su desolación contagiosa ponía de punta todas las neuronas.

A otros se les concedieron unos minutos, apenas una hora, para entrar en sus casas (acompañados de bomberos, sin luz y en peligro de derrumbe) y recoger lo que pudieran, lo imprescindible. Y este es el dilema: ¿cómo se decide lo que se lleva uno de una casa en unos minutos? ¿Qué es lo más importante? Les recomendaron que recogieran los documentos de propiedad de sus pisos, aunque esa propiedad dejaría de existir. ¿Son importantes las fotos de la boda, la ecografía del primer hijo, los dientes de leche dentro de una cajita de plata?

A raíz de esto me pregunté lo que era importante para mí, los finísimos e invisibles hilos de seda que nos sujetan, intangibles: ¿qué hilo cortar, cuál conservar? Casi siempre lo más importante es lo que se pierde para siempre. ¿Y para ti?


Segundo

Un hombre italiano al que diagnosticaron un cáncer terminal decidió atracar bancos para conseguir dinero que dejar a su familia antes de morir. Interrumpía los atracos cuando recibía la quimioterapia. Su mujer e hijos no sabían nada de esta actividades. Al final fue arrestado por la policía debido a que siempre que terminaba un atraco se hospedaba en un hostal de tres estrellas.

Uno, que escribe historias, se queda pequeñito al oír esta. El dilema aquí es dar el paso de tomar un arma y robar un banco, cuando jamás has tocado una. Si ni siquiera te has enzarzado en una pelea ¿cómo vas a poder apuntar a alguien para forzarle a que te entregue el dinero de la caja? ¿Qué mecanismos internos han de saltar para convertirse en delincuente a tiempo parcial?

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Ambos puntos tienen que ver con el hecho literario.

La pérdida del primero ha prestado un buen servicio a la literatura y viceversa. Vargas Llosa decía que “En toda ficción, aun en la de la imaginación más libérrima, es posible rastrear un punto de partida, una semilla íntima, visceralmente ligado a una suma de vivencias de quien la fraguó" y también que “La literatura es lo mejor que se ha inventado para defenderse contra el infortunio"{1}.

El interruptor de moral del segundo, que se apaga de día y se conecta de noche tiene que ver con ese Jeckill y Hyde que llevamos dentro todos los que escribimos.

Ahí quedan, para ti.

Madrid, 17 de febrero de 2005
Juan Rojo