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La niña, entusiasmada con el movimiento de la cinta negra irregular se agachó y con un ojo casi tocando el suelo, observó el tumulto de hormigas que salían y entraban por la boca del agujero. Reía si alguna se inclinaba o caía a causa de la carga.
En su habitación tenía una botella de boca grande, en el que cientos de hormigas formaban una masa compacta y palpitante.
Esa noche, cuando los golpes secos, los llantos y gemidos le llegaron desde la habitación de sus padres, metió un dedo en el recipiente para acariciar a sus mascotas y machacó hojas tiernas para introducirlas en la botella. Terminó la tarea después que el silencio se adueñó de la casa.
Miles de patas y cientos de ojos la acompañaron. Descansó cobijada en un pliegue de la reina. Cuando despertó no tenía lágrimas.
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Texto agregado el 17-02-2005, y leído por 127
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