La ciudad subterránea
Don Pedro Mariscal fue Don Pedro Mariscal desde joven. Su abuelo, Don Pedro Mariscal, el viejo, tejió una pequeña fortuna con su hacienda ganadera. Su padre, Don Pedro Mariscal, la acrecentó y la dejó en herencia a su único hijo Don Pedro Mariscal, el joven.
Don Pedro Mariscal, el padre, murió joven aplastado por su ganado el día de la gran inundación. Por eso, Don Pedro Mariscal, el hijo, en la época en que empezaba su vida universitaria, se vio repentinamente dueño de una gran fortuna, de forma que no tuvo que ocuparse de las cosas banales de la vida - como trabajar - y se volvió filósofo y político. Además, político de fortuna.
En la época en que Don Pedro Mariscal, el hijo, hacia sus primeros años en la Universidad, Pedrito, un canillita de cinco años le vendía el periódico cada mañana. Pero Pedrito, el canillita, tenía hambre.
La fastuosa entrada al campus universitario, databa del siglo pasado. Estaba orientada hacia una avenida fea, pavimentada a medias, con grandes bateones de arena en los costados. Esto era un inconveniente para el vehículo de Don Pedro Mariscal, el hijo, un auto importado, negro, con vidrios oscuros y aros cromados. Era tan grande el problema de la avenida, sobre todo en los veranos lluviosos, que Don Pedro Mariscal, el hijo, decidió empezar su carrera política en la alcaldía de la ciudad.
- Aquí construiré una avenida de ocho vías, puentes y canales – se le oyó decir desde que aprobó su tesis de grado.
En la época en que Don Pedro Mariscal, el hijo, soñaba con la avenida de ocho vías, puentes y canales, Pedrito, un lustrabotas de diez años, le pintaba los reflejos del sol en los botines. Pero Pedrito, el lustrabotas, tenía hambre.
Don Pedro Mariscal, el hijo, empeñó su fortuna y algunas de sus vacas lecheras y fue elegido alcalde de la ciudad.
- Aquí construiré una avenida de ocho vías, puentes y canales – gritó, agradeciendo al pueblo que lo apoyó con su voto desinteresado.
Pero no era fácil. La ciudad era plana como torta de novia y no tenía planificada la red de canales para el desagüe de las lluvias.
Por este motivo, Don Pedro Mariscal, el hijo, tuvo que hacer primero una intrincada red de canales que encaucen las aguas hacia el río, bordeando la futura avenida de ocho vías.
En la época en que mil trabajadores cavaban las arenas para hacer los canales, mientras dos mil ingenieros trazaban planos, en tanto que tres mil helicópteros sacaban fotos aéreas, Pedrito, un huérfano de doce años lavaba en las calles los autos negros de aros cromados. Pero Pedrito, el huérfano, tenía hambre.
Terminaron los canales en la avenida, y la gente tuvo que aprender de nuevo a caminar por ese intrincado laberinto de zanjas. Pero el período del alcalde terminó y Don Pedro Mariscal, el hijo, destinó otro puñado de vacas lecheras para la reelección.
- Aquí construiré una avenida de ocho vías, puentes y canales – volvió a desgañitarse, mientras se colocaba personalmente la banda edilicia.
Pero entonces llovió. Durante tres meses, cada día a las tres de la tarde, el calor abrasador del bochorno se aplastaba en un diluvio incontenible que duraba exactamente hasta las cinco en punto, momento preciso para poder apreciar que la intrincada red de canales no tenía un enmarañado sistema de tubos de comunicación y por lo tanto servía más para retener que para desviar las aguas.
Entonces, Don Pedro Mariscal, el hijo, volvió a llamar a los mil trabajadores, dos mil ingenieros y tres mil helicópteros que se afanaron en incrustar en el cemento el complejo sistema de tubos de desagüe de la intrincada red de canales.
En la época en que la ciudad se convirtió en un panal subterráneo, Pedrito, un adolescente de catorce años, curaba sus frustraciones con latas de clefa y paños empapados de gasolina. Pero Pedrito, el pobre, tenía hambre.
Terminó la segunda gestión del alcalde, entonces Don Pedro Mariscal, el hijo, empeñó el resto de sus vaquitas para aprobar una enmienda que permita la reelección perpetua en la comuna.
- No me iré de aquí hasta que construya una avenida de ocho vías con puentes y canales – aseguraba, mientras volvía a llamar a su séquito de trabajadores, ingenieros y helicópteros para construirla.
Y la construyó, debidamente asesorado para hacer que las aguas de lluvia se encausaran en los canales y escaparan hasta el río por los tubos de desagüe.
Pero nunca más llovió.
En la época en que los autos negros de aros cromados circulaban por al avenida de ocho vías para entrar en la Universidad, los canales sin agua se convirtieron en basurales naturales donde el viento depositaba solícito los desperdicios de la ciudad. Los citadinos tuvieron que volver a aprender a caminar entre canales y avenidas de ocho vías, porque se terminó la tercera gestión del Alcalde antes de edificar una primorosa red de puentes peatonales encima de las avenidas.
Y Pedrito?. Pedrito y sus amigos mueren de muerte mortal habitando los tubos de desagüe, curando sus frustraciones en latas de clefa y paños empapados de gasolina, porque todavía tienen hambre.
|