Habituado a tu impecable ausencia, el sueño languidece y mientras duermo le arrancas el corazón al silencio. Sombra venenosa de piel eterna, tu conjuro se erige fastuoso entre miradas rotas y andares de humo. Ofrendas cristalinas arden bajo tu corteza herida de donde tu sangre brota, néctar fugaz de la pluma del tiempo. Mis dedos se ahogan en ficciones empuñando delirios incisivos demandando a la conciencia morir en el destierro. Al final de la piel quedan los huecos cadáveres en la marea de tu carne deseos que ya sin tiempo vegetan soñolientos y vacíos.
Texto agregado el 24-07-2003, y leído por 187 visitantes. (2 votos)