PARTIDA DE AJEDREZ
–Te digo que no es.
–No seas necio, hombre, que sí es.
–Que no es. ¡¿Cómo se te ocurre que pueda ser?!
–Ay, mi amor. Toda la vida lo mismo. Eres más necio que un burro.
–¡¿Yo?! ¡Tú eres la necia y además...!
Se detuvo en ese instante. Los ojos desafiantes de ella se fijaron en la mirada penetrante del esposo. Se tomaron un segundo, como quien se prepara para empezar una batalla. Ni un sonido alrededor. Nada que distraiga la atención.
–¿Además qué?
–Además nada...
La tensión iba apoderándose del ambiente, condensándose, materializándose. Crecía a cada segundo. A cada mínimo movimiento. Casi podía notársela emanando por los poros. Cada vez más pesada, cada vez más presente...
–¿Qué es lo que ibas a decir? Anda, termina. No seas cobarde.
–No iba a decir nada, mujer. Nada.
Ambos sabían que mentía. Lentamente, irreversiblemente, una glándula eyectó sobre su frente la primera gota de sudor. Su gran mano sucia se apresura en sacarla, en secarla, pero ya es demasiado tarde. Ha cedido terreno. Esa gota lo ha delatado. Ahora debe esperar la movida de ella, como en una partida de ajedrez. Ella lo sabe bien y decide atacar: dama siete caballo rey.
–¡Toda la vida lo mismo! ¡Nunca vas a cambiar! ¡¿Por qué no lo dices de una vez por todas?! ¡Anda, dílo! ¡Siempre has sido un cobarde y además...!
El dorso de la mano sucia, magullado. Mirada penetrante llena de rencor. Ella de bruces en el piso. Su macilento rostro se empieza a colorear de rojo. Pequeñas gotas carmesí salpican el suelo. Sus ojos desafiantes se tornan acuosos. La mujer empieza a sollozar.
–Perdón, mi vida, perdón. Tenías razón: sí era.
Guayaquil, noviembre del 2002.
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