CAPITULO I
Se sabia que la Hacienda Valparaíso era el único gran cañaveral en unas 40 millas a la redonda, la herencia de los Rodríguez, ahora que había muerto José Valparaíso le pertenecía a Alfredo, sus hermanas heredaron casas en el pueblo y algunas plantaciones pequeñísimas no comparables con la que José le había dejado a su primogénito.
Alfredo durante cuatro años la había trabajado con ayuda de unos 16 trabajadores, que le habían trabajado también a su padre. El éxito de este cañaveral era reconocido tanto por quienes le distinguía como los que no, incluso se escucho el rumor que las ganancias producidas eran mayores que las de su padre durante el mismo periodo de tiempo que el haya trabajado la tierra.
- Que ha dicho Margarita?-le preguntaba don Alfredo a Lucia, una de las sirvientas de la hacienda, quien ya había trabajado en esta por 12 años, aun conservaba su juventud.
- No le entendí muy bien patrón, pero dijo que vendría a hablar con usted mismo, personalmente.
- Esta niña nunca va a aprender- dijo entre dientes.
- Algo más patrón?
- No ahí esta bien, yo te he de llamar después.
- Bien, entonces patrón estaré en la cocina, tengo que estar vigilando a la niña Adriana no sea que riegue el caldo por el piso.
Alfredo quedose en el balcón de lo que ahora era suyo, él admiraba todo lo que alcanzaba a ver, por el lado en que estaba su vista cubría todo ese campo verde lleno de caña azucarera. La casa era de dos plantas, Alfredo hubiera podido colocarle la tercera si no fue por que se negó a dañar lo que su padre había construido. La entrada a la hacienda era espectacular, era una calzada pavimentada con piedra, a cada extremo de la vía le adornaban pequeños pinos, y algunos limones que le daban un toque especial con las flores de jazmín que le rodeaban: toda una obra de arte que era la envidia de cuantos entraban por este sendero; le seguía un pequeño patio, pavimentado también en piedra, rodeado de jardín y cuya hermosura se completaba con el pilar situado en toda la mitad del ancho patio; el frente de la casona era de maravillosa apariencia, cual catedral construida por franceses, se eregia dentro de un circulo arbóreo, algunos eucaliptos, como también algún árbol maderero y unos cuantos naranjos eran el muro de protección de esta inmensa casa; No basta repetir que la casa era constituida por una y dos plantas: en la parte inferior había un pequeño zaguán, donde se habían instalado dos hamacas, en medio de ellas un banco de esos hecho de guadua, de las vigas que daban mas al exterior estaban colgados varios helechos, cual Jardín de Babilonia construido por Nabucodonosor para complacer a su bella esposa, y otras plantas raras de esa región; El segundo piso en su chambrana se situaban dos o tres mecedoras, dependiendo del día en que estuviesen, jardín colgante de flores escarlata, violeta, amarillo que contrastaban con al blanco de las paredes de toda la casa; En el interior de ella había cinco habitaciones, cada una con su propio baño, un cuarto de estudio, un gran comedor, la cocina y por supuesto el gran salón donde se organizaban las fiestas en caso de que el clima no les favorezca, todo ordenado de tal forma que daba la apariencia de ser aun más grande.
- Y bien, padre mío, para que me has llamado?- dijo Margarita, la hija única de Alfredo, una chica muy bien parecida de unos 15 años.
- Necesitaba hablar contigo muy seriamente- respondió su padre en tono serio.
- Y de que seria eso de tanta urgencia?
- Siéntate primero, eso es. Ahora dime si ya te has enamorado.
- Que tipo de pregunta es esa? Bien sabes que casi no conozco a ningún muchacho de mi edad, y los únicos hombres en esta hacienda son don Jacinto, los trabajadores y Juancho el jardinero.
- Creo que tienes razón, fue una tontería preguntarte esto.
- No, no lo creo. Supongo que extrañas a mamá.
- Vete a tu habitación, es mejor de que saques tus libros y estudies. Tus profesores no tardarán en llegar.
Don Alfredo era algo conservador, así pues contrató a cinco profesores, uno de Matemáticas, otro de Lenguaje e Idiomas, otro de Historia, uno de Bellas Artes y otro de Economía, para que le dieran clases a Margarita allí en Valparaíso, pues temía por la seguridad de su hija en el pueblo: aunque esta no era la razón principal, temía que su hija se enamorara. Desde la muerte de Elena, Alfredo procuraba criar a su hija de tal forma que nunca se separara de él: no quería perder a su pequeña “mujercita”. Quizá sospechaba de alguien, pero de quién?
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