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Inicio / Cuenteros Locales / Boves48 / LA MOSCA

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Una gran coma roja se me parece una inmensa cabeza que remata mi cadáver enorme y gris yaciente sobre el piso. Dos piernas desarticuladas, como rotas, se me antojan como dos alas trasparentes y secas; echadas hacia atrás, inertes en el espacio asqueroso del suelo sucio y descolorido. ¡Cuanta podredumbre cuanta fetidez rodea ése infeliz cuerpo! (Ahora comienzo a comprender todo; ahora sé lo que es desprenderse en una suerte de vuelo astral, lejos de un cuerpo carnal ¡Con cuanto desprecio puedo verlo ahora; desde mi nueva posición en el techo! Cuan vano fui en ésta vida, pero que aliviado me siento ahora, que poco me comprendieron los que se ensañaron en mi contra y me sometieron a éste encierro. ¿Pero como era posible que no comprendieran mi dolor y mi sufrimiento? Ese dolor y esa angustia que comenzó aquella mañana cuando me miraba al espejo…) ¡Ha! yo tan guapo, tan elegante, a pesar de mis cuarenta pasados aún tenía algunos rasgos juveniles y atractivos. El espejo me devolvía la imagen de unos ojos castaños; techados por dos cejas espesas, una nariz grande pero proporcionada con mi cara redonda y grande, mi boca pequeña; de labios delgados que yo disimulaba un poco con el bigote. Mi cabello había desaparecido en la parte alta de mi cabeza hacía cierto tiempo, pero en conjunto me podía considerar un tipo medianamente agradable. Acababa de peinarme; cuando toqué con la yema de los dedos una sustancia fría y pegajosa en la base del cráneo. Me extrañó; pues si bien acababa de humedecerme el cabello, no recordaba haber tocado nada así. En fin no le di mayor importancia, tomé un pedazo de papel sanitario, me estrujé esa zona y salí al trabajo. En la oficina, cerca del mediodía me sentía muy cansado, algo mareado, sentía como un raro cosquilleo en la parte posterior de mi cabeza, mis orejas estaban calientes, -como con fiebre- y algo; como una súbita amenaza hizo disparar mi corazón dándole un vuelco. Sentí miedo; ése miedo que sube por tu columna te aprieta los riñones y estalla en tus hombros y cuello con un leve estremecimiento. Fui al baño, tenía la sensación de que algo extraño ocurría en mi cabeza; era como si tuviera un insecto enredado entre los cabellos de la nuca; un hormigueo me recorría la cabeza y parte del cuello. Ya frente al espejo, en el lavamanos con el grifo abierto agarre el agua con el pozo de mis manos y me la echaba una y otra vez en la cara. Inclinado, comencé a mojarme el cabello y volví a palpar en el mismo sitio la babosa secreción. No pude dominar el impulso y uno de mis dedos rápidamente comenzó a registrar entre el cabello; buscando el origen; registrando de manera torpe, lo que me produjo una aguda punzada de dolor. Era un montículo, como un gran barro en la base de mi cabeza, la punta de éste; segregaba la sustancia que me manchaba los dedos con una ligera coloración parda. Me sentí nervioso; si, y muy agitado, pues mi mente generaba decenas de pensamientos que se atropellaban en medio de mi desespero, generándome una alteración respiratoria asfixiante. hasta que, finalmente –o felizmente- le resté importancia, reduciendo ésta, al rango de-pequeña-espinilla-infectada-que-se-cura-sola. Gracias a dios la mente posee éste mecanismo de autodefensa; que evita enloquecernos con todos nuestros falsos o reales temores. (Puedo descender suavemente, como flotando, desde el techo, y danzar alrededor de mi antiguo cuerpo... ¡Cuanta libertad siento ahora que no lo tengo! Que razón tenían los ocultistas y los filósofos orientales sobre la inmortalidad del alma. Si existe un estado superior del alma; si hay vida después de la muerte. Me desplazo; como flotando, hasta llegar al suelo, estoy frente a lo que fue mi cara; los labios pálidos bajo el bigote grueso y ralo, resecos; por carecer de vida, cuarteados como cueros, junto a los ojos abiertos y vacíos; con ése gris a muerte que se asoma de lo profundo de los globos, que completan -por así decirlo- en un fúnebre rictus, la fría mascara del muerto...) Sí, resté importancia a el acceso en mi cabeza, pero ésa noche fue quizás la mas larga jamás sufrida por mí. Al quedarme dormido; en un vaho de fiebre, sudor y baba, me vi asaltado en mitad del sueño por una gran mosca de caparazón verde metálico, que furiosa, me perseguía por todo el cuarto, y luego por toda la casa, le gritaba y le amenazaba con ademanes agresivos, hice escándalo y mucho ruido, pero nadie parecía oírme. El monstruoso animal (era de mi tamaño) trataba de atraparme con sus peludas patas, y amenazaba insistente en ponerme sobre la cara una trompa espeluznantemente negra y repugnante; que a guisa de boca colgaba de su cara. Yo, me defendía lanzándole sillas, mesas, cualquier objeto que en mi carrera encontrara, pero no se detenía. Aquellos ojos; formados de celdas rojas y pulposas me miraban sin verme. Cuando desperté; sobresaltado, aullando de dolor, con una fuerte presión en el pecho, me senté, aspirando una angustiosa bocanada de aire, sudado y temblando, con los ojos desorbitados, empujando con las manos abiertas la sórdida oscuridad del cuarto. Salgo de la cama atropelladamente, y casi derribo la lámpara tratando de encenderla, respirando dificultosamente. Hablo con frases cortas; tratando convencerme que estaba solo en el cuarto, cuando un palpitar sólido, rítmico y acompasado, me recuerda la herida húmeda y pastosa; que manosea morbosa la base de mi cabeza. Instintivamente me la toco y miro asustado el enrojecimiento de mis dedos. Regreso al cuarto ya con la luz encendida y veo mi almohada; tenía un pequeño arbolito café, de raíces sinuosas que descendían serpenteantes a la sábana. Aparto la almohada y veo una mancha irregular y parda en la superficie de la tela. Salgo del cuarto como escapando y me dirijo al baño. Frente al espejo me enfrento con un rostro agotado, algo hinchado; unas ojeras grises y azules que resaltan el blanco de los ojos y me miran redondos, fijos y asustados. Como con vida propia mis dedos buscan en la base del cráneo, las señales de la alevosa invasión; apartan suavemente el cabello con mucha delicadeza para evitar otra punzada. Cuando, con horror siento algo vivo que se mueve entre mis dedos, siento, me falta el aire cuando dos patitas luchan por salir del agujero en mi cabeza. Con asco y repulsión percibo la agresividad de sus patas que luchan por abrirse paso desde dentro, no pude evitar un gemido de miedo y repulsión mientras me golpeaba alternadamente con ambas manos la cabeza, tratando, con el tronco echado hacia delante de librarme de aquella baboso sabandija. Y puedo jurarlo; sentí como se deshacía de la maraña de mi cabello y veloz emprendía un vuelo alrededor del cuarto. Un zumbido que erizaba la piel; me aleteaba encima, mientras, con una mano apoyadas en el piso; trataba de liberarme del ataque. Mi estomago se rebelaba; un fluido ácido y maloliente se me agolpaba en la garganta quemándola con el sumo ácido de una digestión interrumpida, la tos hace que mi cuerpo se arquee de forma convulsa y el ácido explota ardiente por boca y nariz ahogándome... (Lo que antes era mi cuerpo; tiene una rara camisa de lona vieja, donde el único estampado son unas sombrías manchas oscuras cerca de los hombros. En el cabello hay sangre vieja y reseca, son grandes costras que mantiene unido unos mechones irregulares de pelo, la calva sucia y desprotegida está surcada de cicatrices y rasguños; que parten desde la frente y desembocan en lo oscuro de la herida seca. ¡Que poca cosa somos¡ En mi actual estado espiritual; veo éste cadáver tan despreciable, tan poca cosa y ahora entiendo mucho mejor esas historias mágicas de viajes astrales y vuelos extra-corporales que algunos amigos en forma grave y reposada me contaban, aunque debo decirlo; mi forma de ver la vida a partir de éste preciso momento no va a ser igual nunca más...) Trastabillando llegué al espejo de la cómoda, mientras con el dorso de la mano limpiaba el pestilente flujo de la boca, y en forma compulsiva, escarbaba en la herida, mientras temblaba. Siento el pánico estrangulando mi alma, ya el dolor no me importaba; compulsivamente exploro entre el cuero cabelludo y la sanguinolenta maraña. Mis dedos se ensangrentaban, cuando al fin la vi; haciendo amplias piruetas por todo lo largo y ancho y de mi cuarto. Estoy inclinado hacia delante, como haciendo pequeños giros, apoyado sobre mis pies descalzos, mientras el odioso animal -que deportivamente se burlaba de mí- zumbaba frente a mi cara para perderse entre las sombras de mis muebles y objetos personales. Era grande; sí que era grande. Un zumbido ácido y agreste como el vómito en mi garganta; rayaba el aire con su vuelo verde y brillante, quise cazarla con un periódico y no pude. ¡Era muy rápida! Capaz de hacer giros muy cortos y sigzagueantes frente a mi cara y deslizarse a mi espalda para escaparse. Era ella; la mosca de mi pesadilla que había salido de mi cabeza para burlarse. Como loco volteé la cama, moví la cómoda armado de un periódico doblado, mirando cualquier mancha que cruzara el aire, con el rollo en alto, amenazante; la busque en todos los rincones del baño, pero no estaba. Ya sé; ella esperaría que el sueño me venciera, para introducirse de nuevo en mi cabeza; silenciosa, sigilosa y traidoramente. Sí; eso es, pero no ganaría, no se lo podía permitir, así que tomé una vieja camisa y con fuerza le desprendí una manga, con éste pedazo de tela até una burda venda alrededor de mi cabeza tapando de ese modo la herida, y con la luz de la lámpara encendida y la vista fija al techo; empuñando en la mano el rollo de papel, vigilando el espacio cerrado del techo me quedé dormido, estaba cansado, muy cansado... (Me elevo ahora en forma grácil y ligera y desde mi vuelo detallo unos jeans viejos y descoloridos, rotos y descosidos en algunas partes, no hay zapatos ni medias; los pies tienen una capa de mugre cerosa y brillante en las plantas. Antes de lanzarme a ésta podrida celda; me quitaron cualquier objeto con el que pudiera hacerme daño, ¡Que ingenuos¡ Un pequeño cuarto sin mobiliario y sin equipo para que un ser humano haga las mas básicas necesidades y con los brazos amarrados alrededor del cuerpo, que daño puede hacerse. Una camisa de lona; obliga a este cadáver a ser él mismo, el único ser con suficiente ánimo de abrazarle, y lo hace obligado por unas correas de hebillas herrumbrosas apretadas en la espalda. Un marco de luz atraviesa desde el pasillo externo a través de las rendijas de la puerta; una hoja cuadrada e inclinada resplandece sujetando la pesada puerta de entrada. Debo reconocer que desde que estoy en este nivel de espiritualidad; mis sentidos como que se han agudizado; estoy sorprendido; mi mente comienza a cambiar, se hace más directa, o no sé si decir; más básica, más animal, siento como si mis necesidades recientemente marcadas por un estilo de vida de clase baja se estuviera reduciendo drásticamente a prácticamente nada... a solo alimentarme, vivir y reproducirme... no sé; todo es tan claro y al mismo tiempo tan confuso...!!!) Bañarme, vestirme y buscar ayuda fue cosa de pocos instantes; mis piernas estaban como paralizadas, era miedo, era terror. Con una fuerte presión en el pecho; conté todo a mi hermano y a mi madre que incrédulos me revisaron la herida sin darle mayor importancia. Mi mamá -¡pobrecita!- me limpió con algo de alcohol y mertiholate diciéndome que ya no estaba inflamada; pero que fuera a un médico especialista. Saliendo de la cocina veo el reflejo de ellos en uno de los vidrios de la alacena; una mirada, una sonrisa cómplice o que sé yo. De todos modos le hice caso, un médico general destacado en emergencias me revisó y me dijo que solo era un poro infectado que se había complicado un poco; pero nada que algo de asepsia no pudiera curar. Unas cuantas pastillas, un tubo de crema y a mi casa de nuevo. Una extraña inquietud, como de sospecha me dejaba a ratos meditando, con la mirada fija en el espacio de la pared, no sé; una duda se sembraba en mi alma, y taladraba una y otra vez mi cabeza como la mosca que verde y ágil escapaba a la sombra de mis recuerdos... (La visión que tenía cuando era de carne y hueso paulatinamente se va haciendo más periférica, mas global y las imágenes se tornan mas brillantes. Se reducen cada vez mas, a solo formas geométricas de colores muy vívidos. Puedo escuchar voces en el pasillo; pero casi no entiendo lo que dicen, no sabría explicar si es por lo retirado que están o porque mi ¨mente¨ ya no trabaja igual que antes. ¡Que bien me siento¡ aunque percibo como una angustia, si; como si me fuera a faltar tiempo para disfrutar; tengo muy poco tiempo para tanta felicidad, tengo una sensación de rara intranquilidad. Fantaseo un poco, mientras espero que de lo alto del techo aparezca un gran túnel de luz que reclame mi presencia, ante un celestial jurado, quien sabe; a lo mejor un túnel de luz similar al de la mirilla de la puerta de entrada que ahora reposa sobre el suelo, creo que es hora de ir hacia allá...) Después de cambiar las sábanas y tomar un baño, espero poder dormir un poco mejor, mi madre y mi hermano insistieron en pasar la noche conmigo; estoy de verdad más tranquilo, aunque para ser franco; ésta, es una tranquilidad condicionada. Cada vez que puedo, y mirando de soslayo; los observo cuando cuchichean las sombras de una conversación plagada de intrigas. Se detienen, en un silencio exacto y cómplice cuando voy a la cocina por un poco de agua. Dios mío; sácame ésta maldita duda que me aplasta, ésta duda que aturde mis pensamientos como tormentosos zumbidos de moscas hambrientas sobre carne podrida... (Me elevo, y entro en el canal de luz de la puerta; ondeando, como si no pudiera dominar mis nuevas capacidades para el vuelo -que fantástica libertad- desde la pequeña trampilla; puedo ver gente que camina como arrastrando sus miserias; envainados por alguna enfermedad mental; (que indistintamente la pueden padecer ellos o sus familiares) son los marginados de la sociedad, las líneas torcidas con que dios escribe a veces la historia del mundo. Hombres flacos de pellejos y colgajos blancos. Enfermos, podridos y cansados que ofenden con una desnudes insólita e irreverente cualquier vestigio de humanidad digna y decente. Lo avanzado de su edad y su caminar descalzo e inseguro les hace patinar sobre gargajos y pegostes de excrescencias. Deambulan famélicos por el área que me permiten ver mis ojos; una antigua construcción pelada y sombría, cuyo arruinado techo hace el cielo de pedazos que se derrumba inclemente sobre estos seres. El lugar desgrana una tristeza de yesos y telarañas sobre la desventura de estos miserables. Cuantas sonrisas rotas bajo unos ojos desorbitados y anhelantes, cuantas manos, atesorando la basura de cantidades de horas de abandono...) Mi hermano y mi madre están en la cocina, –me creen dormido- ella llora, pero él, con un brazo sobre sus hombros finalmente la convence con argumentos que no oigo, pero que parecen lógicos; pues ella, no sin cierto pesar saca unas pastillas de una de las gavetas y con la ayuda de una cuchara la pulveriza contra la cerámica de la cocina. Ambos se miran y dibujan una forzada y cómplice sonrisa. La olla sobre la llama de la cocina protesta con hervores de vapor, mamá vierte una parte del agua en la taza blanca y fracturada, con un pequeño sobre dentro, y triste, mezcla el polvo en la humeante infusión. Los ojos de mi hermano la miran desde sus celdas rojas y perfectas, y la trompa de su cabeza asienta afirmativamente. Mamá camina con mucha dificultad; sus patas rematadas en una terribles uñas no le permiten caminar sin un siniestro y turbador balanceo. Viene a mi cama, su cuerpo, cubierto por una humilde bata de algodón; apenas disimulan unas alas traslúcidas y venosas que puedo ver debajo del bordillo. Un cuerpo ocre y peludo cojea grotesco bajo la bata y viene por un lado a mi lecho. Sigiloso; mi hermano va tras ella, situándose finalmente al otro lado de mi cama mientras se soba vivamente las manos. Una comisura grotesca vierte desde un lado de la cara un liquido ventral y baboso; que fluido y espeso como avena, se desliza por sus brazos hasta el piso. Seguidamente se acaricia la cabeza en forma violenta, como si fuera a despegarla. Una pata seca y negra me acaricia la frente deslizando el sucio vendaje hacia atrás, el roce me despabila y como un rayo me paro encima de las cobijas gritando y pataleando pegando la espalda contra la pared.. Me largo fuera del cuarto atropelladamente llevándome por delante la mesa del comedor y a mi hermano que sorprendido me detiene tratando atajarme, escucho llanto, un torbellino como un kaleidoscopio vibrante, me pinchan las extremidades, me detienen brazos muy fuertes, luces del techo giran alrededor de mi, el ángulo de un codo de fabulosa fuerza me impide abrir la quijada, luces carros sirenas, estoy inmóvil, batas blancas, frío mucho frío, me duelen las manos, las muñecas, la garganta, de pronto un techo rojo cae como fuego sobre mi cara, grito y mi grito lo escucho tan lejos que sospecho que no soy quien grita. Santo cielo, sáquenme de aquí, me acosan las moscas; me persiguen me quieren llevar. Quisiera llamar a mi madre, a mi hermano; pero sé, que están muertos; los mataron las moscas me estoy abrazando apretadamente por culpa de una maldita camisa de lona que me hace indefenso, y vulnerable, mi cara está aplastada contra el piso, tengo saliva en la cara. Si viene la mosca no voy a poder defenderme de ella, sé, que ella solo espera me quede dormido para hundirse en ese agujerito tibio y sombrío que hay detrás de mi cabeza ¡Alguien que me ayude por favor!! No sé, como penosamente pude incorporarme, estoy mareado, drogado, siento débiles las piernas que trabajosamente pueden soportar mi peso. Puedo imaginarme que cualquier mancha en el aire, cualquier celaje en la oscuridad, es el sucio insecto que reclama su habitación en mi cabeza, me desespero, por un brusco giro del tronco doy un traspiés y caigo sobre mi hombro y mi cabeza. De forma patética. Mi cabeza se estrella contra el cemento haciendo una herida profunda por donde me fluye roja la vida. Retuerzo el cuerpo como una inmensa larva en medio de la inmundicia, dibujando con el cabello una coma oscura y siniestra sobre el piso. En los últimos estertores de mi pensamiento pienso que ganó finalmente me ganó el insecto... Creo que muero. (Dos figuras gruesas se abren paso entre la masa inerte y hedionda de orates, puedo ver desde mi atalaya la frente pelada y húmeda que gruñe probando en la puerta el manojo de llaves sucias en el diminuto ojo de la puerta, un chasquido herrumbroso y la vibración del metal me obliga escapar de mi escondite y posarme sobre la costra de sangre del fiambre, una masa de luz brillante e hiriente hace un amplio ángulo tocándonos con uno de sus vértices, cuatro brazos se nos encimaron violentamente espantándome, mientras levantaban como un saco y arrastraban el cadáver ya frío y rígido por el tiempo. Vuelo hasta posarme en una de las paredes, mientras los dos gigantes protestan molestos por el estado del cuerpo. Súbitamente me lanzo con rabia contra la cara de uno de los verdugos que molesto hace morisquetas y sopla para espantarme, moviendo la cabeza en giros rápidos para defenderse, suelta los hombros del cadáver que se desploma con un ruido sordo y me ataca ahora con ambas manos; dando aplausos y cacheteando el aire delante de su cara gruñendo, mientras el compañero, impaciente con las piernas sujetas le grita zumbón: Ha, déjala ya pendejo; que es solo una mosca.)

Texto agregado el 16-02-2005, y leído por 318 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
18-02-2005 boves sencillamente asqueroso y sensacional. De impresión. hoy ya es tarde pero mañana voy a terminar de leerte. y mis***** josef
18-02-2005 boves sencillamente asqueroso y sensacional. De impresión. hoy ya es tarde pero mañana voy a terminar de leerte. y mis***** josef
16-02-2005 Wow...me gustó pero no me puedo quitar la sensación de espanto que me ha dejado...Solo por haberme dejado de esta manera, entre impresinada y con unas ganas terribles de vomitar, te doy mis 5*...Jajajaja...Es que me has impresionada...Pr cierto, que tendré más cuidado con las moscas de ahora en adelante...Adieu. NemesisAmante
 
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