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Inicio / Cuenteros Locales / barrasus_rodrigo / De Monjas y Capitanes ... y un Obispo. TERUEL 1673

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Año del Señor de 1673. A escasos meses de la venganza del Obispo de Dos Hermanas, Iluminado Graju.

Palacio Episcopal de Dos Hermanas. Sevilla.

Don Iluminado Graju, Obispo por la Gracia de Dios, desayunaba tranquilamente una chocolate espeso mojando concienzudamente su churro en la deliciosa bebida humeante en la fría mañana de febrero. La lectura de la carta que recién abriera le tenía pensativo. El mismísimo Cardenal de Teruel don Diego Francés de Urritigyti, quien firmaba con el simple Diego Cardenal seguido de veinticuatro circunvoluciones debajo del nombre para recalcar su prestigio y posición, le dirigía aquella misiva con la imposición de presentarse ante él cuan pronto pudiese, para conversar privadamente sobre ciertos asuntos relacionados con una supuesta hija y con cierta venganza, contra dos preclaros ciudadanos de la Corona, que se comentaba en todo el sur de España. Era una orden. “Quisiéramos verle lejos del Guadalquivir”, rezaba el colofón de la carta... La suerte estaba echada.

Casa del Cardenal Urritigyti en Teruel, Aragón.

-Su Eminencia Reverendísima, el Obispo que espera está en el recibidor.- Un ujier, tocado con golilla color rojo, y de tono de voz un tanto afeminado, le comunicó al Cardenal la presencia de Don Iluminado Graju.

Este último, en cuanto el purpurado atravesó el umbral del recibidor, se inclinó casi exageradamente para, en el momento del saludo manual arrodillarse y estampar un beso en el anillo de oro macizo del prelado quien con un movimiento estudiado de la mano indicó a Iluminado que se incorporara, cosa que Graju hizo con cierta dificultad dados sus 55 obesos años. Su calva, su rechoncha figura y su barba le daba la imagen típica de un obispo de la época, bien alimentado y bien bebido. Era notoria en la región su afición por los arroces con caracoles y liebre, verdadera especialidad del Obispo cuando se ponía su delantal y, frente al fogón, preparaba uno de sus épicos arroces.

La reunión en Teruel tenía la intención de separar al aventurero obispo de las malas mañas que adquiriera en sus andanzas de hermano lego y que siempre le habían acompañado. Desde su estancia en América, donde había embarazado a una indígena, hasta sus venganzas en Sevilla. Las malas lenguas proclamaban que el obispo estaba cambiando sus costumbres y que, frecuentemente, se le veía acompañado de mancebos. De hecho su monaguillo principal era un delicado joven de unos 18 años, alto y rubio, natural de Alquería de la Condesa, Valencia, y quien le proveía de arroz de la región y de alguna que otra caricia solicitada por su Ilustrísima, cuando terminaba la lectura del breviario vespertino.

-Don Iluminado- Empezó el cardenal, despacio y como queriendo pensarse bien las palabras.- Corre por Sevilla la idea de que usted es una persona de carácter dubitativo, medio cascarrabias y con costumbres un poco peculiares últimamente... como la de hacerse acompañar por un joven valenciano... digamos un poco introvertido y de maneras un poco femeninas... cosa común entre la curia, pero que se trata de guardar..., esconder,... disimular... ¡ejem! usted me entiende.

-¡Cascarrabias sí, pero maricón no. ! Soltó el Ilustre prelado casi sin pensarlo. ¡Por favor, Eminencia Reverendísima! Y enseguida soltó un llanto reprimido.
¡He de confesarme! Y lo hago delante de vos! ¡Ese joven no es él... es ella!- Y bajó la cabeza en señal de arrepentimiento. Pero continuó: “No os puedo negar que alguna vez he tenido contacto con mancebos, pero en realidad no me ha gustado mucho.” “En realidad os confieso que he probado ambos lados, pero me inclino más por ellas que por ellos...”. Un silencio sepulcral siguió a esta confesión no esperada. Ambos varones de Dios se miraban frente a frente sin pronunciar palabra. El silencio era solamente interrumpido por el afanado quehacer del ujier, en el salón de al lado, encendiendo lámparas con el pabilo.
Afuera, el frío de febrero, daba inicio a una helada que amenazaba con ofrecer una noche gélida, de las noches frías de Teruel.

-Don Iluminado... me habéis sorprendido con esta declaración. Esta noche es fría y duermo solo... el reuma... comprenderéis... necesito calor. ¡Ejem!. ¡Ujier!, pon en la habitación bastante leña en la chimenea y ponme el bulbo dentro de la cama. Está helando. Luego se volvió a dirigir al obispo-Bien, como os decía, estas declaraciones me obligan a imponeros un castigo. Seréis mi cocinero. No os puedo rebajar la imposición de Obispo, pero vuestra conducta merece una castigo ejemplar. Vuestra penitencia será ser cocinero de este cardenalato por dos meses. Y no rechistéis. Respecto a tu mancebo o manceba, la he enviado a trabajar en la casa de Don Luis Barrasús y trafalgar, esposo de vuestra hija. Estará al servicio de ella. El mismo Don Luis lo ha solicitado.

Don Luis Barrasús y Trafalgar paseaba tranquilamente junto a su inseparable amigo Don Rodrigo por el “Compás de la mancebía” conocido lugar de Sevilla entre la Puerta del Arenal y la Puerta de Triana, a lo que comúnmente llamaban “el arenal” por estar cerca de la orilla y del puerto de Indias, lugar escogido para las mancebías,donde rufianes, clero(la más conocida de las mancebías pertenecía al jesuita Padre León) y demás gentes del mal vivir hacían su agosto a costa de las putas, a cinco ducados el servicio si eran
guapas y a sesenta cuartos si eran feas y con taras...

Don Luis contaba a su amigo la faena hecha al obispo Graju.

- Pues si querido Rodrigo, allá en el frío Teruel ha terminado de cocinero para el Cardenal Diego Francés de Urritigyti que es más maricón que un palomo cojo, ya me lo imagino en los fogones mientras el de la púrpura le hace el polvo de la croqueta.

- Qué es eso del polvo de la croqueta -preguntó intrigado el cirujano Rodrigo-

- Pues fácil es, mientras hace las croquetas, el Cardenal mete pepino donde no hay tetas, jajajajajajaja...

Los dos reían las desgracias del pobre obispo de Dos Hermanas justo cuando llegaban a la casa de la calle Alemanes donde se hallaba el hogar de Don Luis. Al entrar quedaron paralizados, su esposa Doña
Jimena conversaba con la nueva manceba que entraba como doncella y ama de llaves, babeaban ante la hermosura de sus rasgos, su pelo moreno y los ojos verdes la hacían parecer una advocación mariana de
las iglesias sevillanas.

Rodrigo observó a su amigo del alma y tirándole del jubón lo apartó unos metros...

- Ya sé en que estáis pensando, ni se os ocurra, las correrías se terminaron, sois un caballero casado y padre de una criatura, otra cosa soy yo, que ando libre y a mis años necesito cariño alegrar esta
alma pecadora, tal vez debería pasar esta noche a examinarla, no sea que traiga alguna enfermedad.

- Os prometo solemnemente que me retiro desde ya, tenéis toda la razón -le decía esto mientras que al soslayo miraba de reojo tan bello dulce-

Cayó sobre Sevilla la noche, ladridos de perros y paseos de alguaciles con sus picas era lo único que se oía...

- ¿Por qué te levantas ahora esposo? - preguntó Doña Jimena-

- Quiero hacer una ronda por la casa, escuché un ruido extraño, duérmete que vuelvo pronto.

Don Luis bajó hasta los fogones donde se hallaba el pequeño dormitorio de la doncella, abrió la puerta y vio un enorme culo con unas espaldas descomunales, no era otro que Rodrigo, que siendo perro viejo había cogido ventaja.

- Pssssshhh ¡Rodrigo! Traidor, con que a examinar su salud eh.

- Don Luis por todos los santos, me vais a matar de un infarto, el pastel es grande y hay para todos, agazapaos en el rincón y guardad turno, no me seáis puto.

La doncella yacía dormida, bocabajo, su espalda desnuda era digna de un cuadro del mismísimo Velásquez, Rodrigo anduvo sigiloso pero en un
torpe movimiento dio una patada al orinal que tenía junto a la cama.

La doncella saltó de la cama voz en grito, Rodrigo cayó de culo al suelo y Don Luis fue a levantarlo, la doncella encendió la lámpara de aceite y quedó desnuda frente a los dos caballeros, realmente era bella pero no era eso lo que dejó a ambos con la boca abierta.

- Rodrigo, ves vuesa merced lo que yo o estoy soñando.

- No, Don Luis, es real como que esto es Sevilla y el Guadalquivir corre cerca, ¡menuda verga tiene la manceba!

- ¡Si le llega a la rodilla Dios santo!, aprieta el culo y salgamos corriendo que quien vino a dar estocada puede salir empalado.

Salieron de allí como si les persiguiera la sífilis en persona y juraron no decir nada porque Doña Jimena sería capaz de caparlos si se enteraba de algo.



Sigue: El Obispo abandona la cocina y se lanza, con Don Luis y Don Rodrigo a una aventura en la mismísima corte Frances del Rey Sol.

Texto agregado el 16-02-2005, y leído por 290 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
16-10-2005 ay no que pinche en el de abajo, rodrigo, los otros estan. solete
16-10-2005 desaparecieron muchos textos tuyos, que pena. muy bueno, vuestro sentido de humor es fantastico. solete
04-03-2005 !VIVA LA GRASIA Y EL SALERO QUE NO SE PUE AGUANTA! elisatab
27-02-2005 ¿Tenía que ser maricón ese cardenal? didi
20-02-2005 Lograron alegrarme el día; muy buen texto y de una comicidad muy particular. Se percibe el trabajo imaginario de recopilación de datos. ¿Es difícil escribir a dúo? ¿Uno tiene el papel y el otro la lapicera? ¿Cómo hacen?. No me pierdo la saga por nada, en cuanto pueda sigo con los demás. Gracias por el humor y ahí van mis estrellas. juanromero
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