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"Dejalo, Negro, no ves que es un tarado .... Siempre hace lo mismo, ya lo conocés. Le pegan una patada, se calienta y se va. Dejalo, no tiene sentido ...". El Negro me escuchó, pero hizo el último intento para que Sergio no abandonara el partido. No hubo caso. No era la primera vez que pasaba. Esa personalidad jodida que tenía Sergio nos había complicado las cosas en incontables oportunidades. Sin embargo, como unos boludos lo seguíamos llamando para jugar. Supongo que era por su habilidad, porque es el único de los nuestros que busca jugar por abajo. A veces el Richard lo puede acompañar, pero hasta ahí. En el área, el Richard es medio atolondrado; mucha voluntad, pero nada más. A decir verdad, todos somos unos caballos obstinados, sin criterio de juego colectivo, pero tenemos algo que nos salva de la frustración eterna y de la condena social: la garra, el coraje, la dignidad. Ponemos huevos, como se dice en el lenguaje tribunero. Y a veces eso es mucho decir. Y Sergio, nuestro caudillo en el toque fino, en la cuota de fútbol pensado y preciso, es un reverendo pelotudo. Mañoso como mi hermana, calentón como mi viejo y tozudo como yo para otras cosas. Los rivales (sobre todo los de San Jorge, que lo conocen bien) saben que él es nuestra esperanza, y por eso en la primera pelota que le llega, salen a fusilarlo. Una vez casi le sacaron un ojo. Lo agarró el Mamucho Jiménez, que mide como tres metros, y le hizo hacer malabares en el aire. Después, en el piso, lo pateó por si las moscas. Todo porque Sergio lo canchereó y lo dejó mirando el horizonte con un caño. Pero Sergio después no se la banca. Entra en el roce hasta que se calienta y se va para no cagarse a trompadas con ninguno. No hay manera de curarle esa locura. Él sabe que no sólo nos deja con uno menos en la cancha, sino que además es el único que la mueve. Las veces que se ha ido, y después de que lo recontra puteamos todos, el mejor resultado que podemos sacar es un empate, si es que ya no estamos perdiendo. En un partido contra los del José Hernández, Sergio se fue en el primer tiempo, y logramos mantener el cero a cero. Lo festejamos como una hazaña. Con eso digo todo. Pero esta vez fue distinto. El Negro no sabía cómo hacer para que Sergio se quedara. “Boludo, si te vas, estos negros nos meten cuatro goles en quince minutos. No seas hijo de puta ... Escuchame, Sergio, aguantá un rato”. Y Sergio nada. Caminaba hacia afuera de la cancha largando humo por las orejas. Le habían pegado feo, sí, de mala leche, pero así eran las cosas en estos partidos. No hay referí y uno tiene que hacerse el rudo como sea, aunque por dentro tenga ganas de irse al carajo. Sólo por jugar a la pelota uno es capaz de bancarse que lo miren feo, que lo amenacen, o que el fin de semana en los boliches se arme quilombo por alguna cuenta pendiente de un partido. “Está todo bien, muchachos”, dije yo, antes de que se produjera cualquier desborde y termináramos todos a las trompadas. “Seguimos con diez, no hay problema”. No iba a haber problemas para ellos. Nosotros estábamos llenos de problemas. Destinados a la goleada vergonzosa. Y todos sabemos, por más apático o idiota que uno sea, la bronca que tenés que masticar cuando te dan un baile inolvidable. Pero una vez que estás en la cancha, tenés que darle para adelante, no queda otra. Lo peor de todo es que ese día tampoco estaba el Richard. Y de seis, al lado del Negro, no estaba Julio, con quien se complementaba bien. En su lugar, no sé quién fue el desgraciado que invitó a un flaco al que le decían De la Rúa. Ya en la primera jugada del partido demostró ser uno de los zagueros más lentos de la historia. Si mi abuela era delantera de los rivales ese día, nos llenaba la canasta. Por eso, la ida de Sergio ese día preparó el terreno para una catástrofe. Sólo la dignidad que cada uno de nosotros demostró tener, evitó la humillación. Podría haber sido mucho peor. Iban 20 minutos del primer tiempo cuando Sergio dejó la cancha. Estábamos cero a cero. Desde entonces hasta los 45 minutos, apenas si cruzamos la mitad de la cancha con un pelotazo, para que ellos la recuperaran de inmediato y cargaran otra vez contra nuestro área. En defensa nos paramos bien, excepto por el flaco De la Rúa. Pobre tipo, su voluntad no le movilizaba las neuronas, y por ende, las neuronas no enviaban los mensajes correctos a las piernas, con lo cual, marcando, se parecía más a un aprendiz de bailarín clásico que a un zaguero de fútbol. Y un bailarín sin futuro, además. Muy buena onda el vago, pero se paraba ante el nueve rival como un exquisito flan de dulce de leche, especial para deglutir de un solo bocado. Y por ese lado vino el primero de ellos, a los 40 del primer tiempo. Y también el segundo, a los 43. Encima, como no teníamos confianza con el nuevo compañero – y ante todo somos muy respetuosos de los desconocidos – ni siquiera podíamos putearlo. Yo estuve a punto de arrancar un poco de pasto y morfármelo, antes de tragarme la bronca. El Negro, como jugaba de dos, al menos pudo darle algunas indicaciones, pero fueron en vano. Lo terrible no era perder dos a cero pese a haber aguantado casi todo el primer tiempo. El asunto es que faltaban todavía 45 minutos. No íbamos a zafar del baile, de la goleada y de las miradas socarronas de los otros. Menos mal que tenemos dignidad, que demostramos ser hombres íntegros. A los 15 del segundo ya perdíamos 5 a 0. Éramos una comparsa desafinada. Futbolísticamente nos entregamos como unos giles, nos calentamos todos. Yo me acordaba de Sergio, y la puta que lo parió, y cada vez que me venía la pelota la ponía en órbita sin reparar en el contexto del partido. El Negro se contagió de De la Rúa y se bailaba un tango primero y después el bolero de Ravel ante cualquiera que lo encaraba. Y a los demás les agarró una diarrea mental, no sé, se transformaron en entes inanimados, errantes. Si digo que tenemos dignidad, me refiero a otra cosa. Cuando el 10 de ellos encaró solo para meter el sexto gol, a los 18 minutos, se armó la bataola. Ese pendejo no pensó lo que hizo. Lo gambeteó al arquero y con el arco solo, en vez de meterla adentro y volver calladito al centro de la cancha, el muy hijo de puta la frenó en la línea, miró para atrás y retrocedió. Después, quiso esperarlo a nuestro arquero para enfrentarlo de nuevo, para hacer la de Corbatta, pero ya el Negro se le vino encima y le calzó una trompada en el cachete izquierdo. Y ahí nos enredamos todos en la batalla. Y en ese momento sentimos actuar con dignidad. Los cagamos a trompadas. Ellos zafaron como pudieron del entrevero y salieron de la cancha en menos de un minuto. Sin pronunciar palabra, nos miramos entre todos los muchachos, esperamos que ellos abandonaran el lugar y entonces fuimos en busca de los bolsos. “Después nos hablamos”, le dije al resto. No siempre se pierde como uno quiere, pensaba mientras caminaba de vuelta a casa. Son las cosas que tiene el fútbol.

Texto agregado el 16-02-2005, y leído por 385 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
06-07-2005 Buen relato, con la simplicidad y la pasion de los que amamos este deporte y por otro lado no inspira el poder relatarlo, soy lector y tengo un espectaculo de oratoria y musica con gran aporte sobre temas futboleros. exitos. cincuenta Pilar, Bs.As. Argentina cincuenta
07-04-2005 Muy buen relato, condimentado con términos propios de la jerga de un relator de radio y de esas "pichangas" ("picados") en la cancha del barrio. Excelente. Salud! newton
16-02-2005 ¡Espectacular!. Valió la pena la espera. Mis estrellas, amigo. vaerjuma
16-02-2005 realmente muy pero muy bueno, me encanto, me vi a mi en la canchita de mi barrio jugando con mis amigos ese campeonato que visto de afuera era nada para nadie, pero para nosotros era mas que la final del mundo, muy bien relatado sentimiento rioplatense si los hay este del futbol.. saludos desde el otro lado del charco y mis estrellas ***** fortimbras
16-02-2005 Já!! mira cuando lo empecé a leer, "El Sergio" me hizo acordar a Carlitos Bueno del glorioso, Peñarol, y más aun porque todo tu vocabulario es como muy uruguayo pero cuando entro "el flaco de la Rua casi me muero". Un picadito de barrio, que muchas veces se refleja en las canchas, esta genial, te dejo las 5.- además extraño terriblemente el centenario y las glorias de peñarol... juanitaR
 
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