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Yo escribo a mano. Jamás he podido acostumbrarme al ejercicio de crear algo de la nada sobre las teclas de una máquina de escribir, y menos si se trata de las de una computadora. ¡Qué le voy a hacer! En eso, como en otras cosas, por suerte no muy importantes, soy un chapado a la antigua, un romántico empedernido. Todavía creo en esa especial relación que hay entre la creación literaria y la tinta fluyendo de una pluma de ganso, aunque acepto los modernismos de una lapicera, siempre que el trazo sea delicado y sutil, que se deslice por la superficie del papel con la gracia y el donaire de una patinadora.
Pero no todo es romanticismo en la vida de alguien que escribe invenciones estrafalarias. El gran problema se plantea, como siempre, cuando se tiene una hoja en blanco por delante, una historia un tanto confusa dando vueltas en la cabeza, la tentación casi imposible de evadir de tachar todo lo que haya escrito y la desesperación de saber que las ideas deben ser traducidas en palabras, palabras que se encaprichan en desaparecer de la mente.
Aquella noche, inusualmente tranquila, me encontraba bastante perdido, en el sentido literario de la palabra, sentado en una confortable silla en mi escritorio, situado en un pequeño cuarto contiguo a la sala, atiborrado de libros desordenados. Intentaba en vano desengranar una historia, una ocurrencia bastante traída de los pelos, que por alguna razón no atinaba a salir bien. El personaje que estaba inventando en mi mente, a quien puse el nombre de Antonio - un oficinista contable, menudo, gris, con una mujer "que roncaba furibundamente con toda la fuerza de su inmensa humanidad" -, se estaba debatiendo en un dilema de imposible solución. De una forma un poco extraña, se enteró de su inminente pase al seguro de paro. Esa cruel noticia la recibió sentado en el baño de la oficina, una amplia habitación con divisiones para inodoros. Mientras Antonio disfrutaba de su elemental alivio, su jefe y otro funcionario de jerarquía entraron, y entre otros comentarios mencionaron el hecho de que Antonio iba a ser reemplazado por otro empleado nuevo, más joven, dinámico, que hacía el mismo trabajo y que cobraba sensiblemente menos. Ese hecho, por cierto, no respondía mucho al mundo de la fantasía, y yo quería, infructuosamente, describir esa tragedia en un tono de comedia absurda.
Avancé realmente muy poco en la confección de la historia. Los minutos fueron corriendo cada vez más despacio, con la hoja delante de mí mirándome burlonamente, sin que yo atinara a imprimir un poco de dinámica en mi escritura. Para decirlo con claridad: me había empantanado, y no sabía cómo salir de ahí.
Dejé la lapicera sobre la hoja, junto a una palabra que no había terminado de escribir - creo que era "paraguas", sin el "guas" final -, me recosté sobre el respaldo de la silla, estiré las piernas y cerré los ojos, tratando de concentrarme en resolver ese problema.
Entonces sentí sus pasos acercándose. En mi oscuridad la podía imaginar con el oro de su pelo cayendo como por casualidad sobre sus hombros, la figura espigada, la rara elegancia de sus manos, asiendo con largos y finos dedos una taza de humeante café.
- ¿En qué andás? - preguntó, y sin abrir los ojos, contesté.
- Dejé a Antonio en el baño, sentado en el inodoro, y no sé qué hacer con él...
Imaginé que al sonreír aparecería la hilera de dientes entre los gruesos labios. Sentí que avanzó y se apoltronó en un pequeño sillón, a pocos pasos del escritorio. Su voz me acarició de nuevo los oídos.
- ¿Y qué alternativas pensaste para Antonio?
Sin demostrar mucha vergüenza por lo pobre de mi imaginación, le hice saber de las posibilidades vitales del infeliz contable.
- Pues... te diré que no sé si tiene el coraje de declararse en huelga. Para eso se necesita "algo" - vos sabés qué - que ciertamente él no posee. También puede aprovechar la oportunidad y tirarse de cabeza por el inodoro, ya que lo tiene tan cerca. Puedo hacer que se ponga a pensar en su familia, los hijos, las deudas y todo eso, y convertir el cuento en un alegato social. Puedo hacer incluso que Juana, su mujer, lo persiga con un palote de amasar por toda la casa - ante la absoluta indiferencia de los chicos, concentrados en ver la tele - y que se acuerde, con gritos estentóreos, de la madre que lo trajo al mundo. Como ves, el abanico de posibilidades es bastante amplio...
Abrí los ojos y me encontré con su mirada. Como en tantas otras ocasiones, me sentí desnudo ante ella. Sus ojos reían en silencio, al igual que sus labios. Intuí que se estaba imaginando a Juana, con la cabeza adornada de ruleros, asesinando a su pobre marido.
Pero no me dijo nada. Se puso de pié, se acercó a un estante junto a la ventana y buscó con la mirada. Por fin, tomó un libro - ignoro cuál - y sus ojos volvieron a taladrarme. Quizás en ese momento estuvo a punto de hacer un comentario... pero no lo hizo. Me quedaré con la duda. En su lugar, tomó un sorbo largo de café sin dejar de mirarme, y se fue, dando media vuelta sobre sus talones con garbo y ademán felino, presumo que rumbo al dormitorio.
Permanecí sentado, envuelto en su aroma, tomando sorbos de tiempo y de silencio. Sin dejar que ese extraño embrujo me abandonara, y sin siquiera querer desentrañar sus misterios, tomé la lapicera, terminé de escribir el "guas" faltante, arrugué la hoja y la tiré, y en una nueva comencé a hilvanar otra historia, la de un escritor que en el invierno de su vida, recibe la inesperada visita del amor, una noche inhóspita y lluviosa, en una ciudad que a veces se permite albergar incluso al amor. Y a Antonio lo dejé sentado en el inodoro, sin haberme decidido todavía qué hacer con él.


Texto agregado el 15-02-2005, y leído por 145 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
19-01-2009 Definitivamente, sos un romántico... y como tal, no te veo sacando a Antonio de ese inodoro algún día... jajaja Creo que lo tuyo es otro tipo de historias, mucho más fascinantes que la vida de ese pobre hombre. Igualmente, me gustó el detallecito de completar el "guas" antes de tirar la hoja; muy atento de tu parte, jajajajaja. Siempre recibimos una historia terminada, pero nunca la historia de cómo se escribió esa historia... Muy interesante el "detrás de escena" que nos brindaste. ***** dulceamiga
20-02-2005 Muy bello Un saludo nikita
17-02-2005 Vaya historia tan estupenda¡¡¡...Original¡¡¡...con una mezcla de real y de ficción asombrosa. Un beso eloisa
 
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