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Aunque caluroso, el día exponía el portento de las densas nubes que inexorablemente vestían de luto sombrero al sol...En el “patíbulo”, como pocos alguna vez lo han llamado, se mostraba de uniforme poco formal y erguida mirada, Celestín , aguardando la orden final que acabaría por sucumbirlo en la infausta amargura del asesino dolor...
El sudor no era para Celestín seña de cobardía, sino de una injusta sentencia que abría de enfrentar cara a cara, es decir, la pena intolerante de la humillación, de que sería víctima el joven, mientras por sus adentros, la ira represora le hacía empuñar sus pequeñas manos, con una mirada ajustada al hombre que daría la fatal orden de disparar...Sin embargo Celestín quiso pedir un deseo a sí mismo y en silencio, favorecido por los segundos, que corrían inválidos, y henchidos de tanto suspenso...-¡Que el tiempo retroceda Señor!-...Le pedía al Dios padre, cuando aferrado, tomaba el rosario que le colgaba con ternura del cuello... El crujir de sus zapatos empolvados, contra las miles de piedrecitas, impacientaban al hombre... Celestín abrió los ojos y vio vehemente al cielo, rebuscando entre las nubes una esperanza hecha relámpago o lluvia siquiera, que se atreva a menguar la ejecución de la terrible pena, empero las nubes abordaron el firmamento pululantes y obesas...El joven miró hacia atrás y se halló encajado en una falsa escapatoria, que nunca, por falsa que fuere, llegaría, pues el camino se extendía hacia delante, frente a Él, justamente hacia el arma del verdugo que lo fusilaría o lo derrotaría con sutileza..
Entonces Celestín, luego de observar a sus alrededores, entendió que nadie habría de salvarlo, ni siquiera quien poseía la culpa de enviarlo al tablado, al cadalso más irreprobable de los inocentes, como el gallardo Celestín, que a juzgar por su marchito rostro mató, en ese instante su ya poluto optimismo, con profuso exhalar ... Posteriormente ancló su mirada en el verdugo que se mostraba tiritante, y extendió su tupida mano hacia Él, pidiéndole con irreverente coqueteo se sirva disparar...
A los pocos segundos el arbitro pitó enérgico, inflando sus mejillas cual si fueran una pelota más, permitiendo al delantero correr raudo tras la pelota, acomodada a los once pasos reglamentarios, para propinarle en seguida tamaña patada que rozó chispeante las manos de Celestín, que al pararse, continuó con los reclamos que le habían ya generado dos tarjeta amarillas... La gente no paró de gritar a voz en cuello la dichosa palabra: ¡¡Goooooool!!


Texto agregado el 15-02-2005, y leído por 140 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
15-02-2005 Bueno, gira inesperadamente a algo más light, ya que la ejecución de un niño me estaba calando profundo. Te felicito Adrian_Leiva_C
 
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