Sin que nos demos cuenta.

La habitación tenia cuatro paredes que evocaban de forma sutil a un estilo un tanto encasillado, ideas esnobs perdidas por los años, las desilusiones o las cortesías de cartón dejadas de lado. El suelo, raso, adquirió un tono grisáceo por culpa de las filtraciones de agua, que en su afán destructivo, allanaban sus sueños en remembranzas únicas con la destrucción de su mundo. Ella, una joven fracaso, había sido expelida como basura de un mundo que no la acompañaba en su delirante armonía pacifista. Reía ante el hecho de que fuese vagabunda y mujer porque la gente pensaba que eran antónimos. "¿Por qué no te casaste Micaela? ¿Por qué no tuviste hijos, Elita?" le preguntaban los conocidos en el pasado. Ahora no tenía conocidos. Ahora era simplemente una persona esperando el momento en el cual dejar de respirar e importunar a los demás con su presencia. Su entorno acompañaba muy bien ese pensamiento fúnebre, con cortinas negras pendiendo asquientas desde el techo picaneado, palomas y gorriones acogiéndose como en orfanato en las vigas del techo.
Era joven. Con veintiocho años de edad tenia todo lo que podía acabar como terminado. Sus ilusiones finiquitadas, sus entusiasmos en el suelo. No le interesaba más que estar allí contemplando a las aves guarecerse de las lluvias invernales o ver insectos colándose a través de las paredes raídas por el tiempo. No conocía el amor. No le importaba el amor. No conocía el odio. No le importaba el odio. Se podía decir que ella era un pilar de barco y a la vez un remo. No explicaré que es lo que quise decir porque estoy loco y esto no dice nada.