No hay mucho que decir. Los detalles empiezan a volverse superhéroes cuando se habla de ellos, mejor es callar. Mejor, mejor, peor. Nada hay que decir más que se está en un sitio conocido y de siempre y bla bla... (muchas expectaciones que parecieran escribirse a máquina de las de antes, Rémingtons cualquieras).
La mujer aquella mira de lejos y se ríe de sí misma y por sí misma. Y en su risa uno se ve reflejado como si se estuviera mirando en un estanque de agua clara y cristalina, como los de los cuentos, o sea, los que no existen en verdad porque si uno se dedica a mirar bien los estanques se da cuenta de que están llenos de moho y medusas y no falta una lata de coca cola por ahí dando vuelta. Aun así los estanques es de lo último que nos va quedando de entre esas cosas fantásticas que aparecen de la nada y nos sorprenden con afanes de cuento medieval. Porque todavía se les echa monedas a las piletas, todavía las personas piensan en sus reflejos en los estanques y varios aun sueñan con nenúfares eternos. Pero eso es harina de otro costal y nada podría estar más alejado de lo que quiero decir como hablar de estanques y piletas de la suerte.
Yo estaba hablando de la mujer aquella, la que se ríe y tiene ojos de vidrio que muestran una pieza llena de monitos de arcilla y de marionetas de madera, una habitación muy geppetica y cuentista. Porque los cuentos se aparecen en todos los lados y no dejan ni pensar en otra cosa. Y es como abusivo todo esto de los cuentos que se meten en los pensamientos y no me dejan hablar de forma clara de la mujer aquella, que es, sin duda, el motor invisible que mueve estas letras que son rebeldes (igual influye que no tenga el carácter fuerte y no pueda dominarlas o mandarles un buen latigazo por la rebeldía esta de empezar a hablar lo que ellas estiman conveniente y no lo que mi sabia voluntad deseaba).
Como sea, no es que la mujer aquella sea de vidrio, sólo sus ojos, aclaro, que son dos y bien bonitos, redondas como polcas/canicas/pelotaschicas y de varios colores desteñidos. O sea, tienen color pero nadie sabría decir cual de los colores o cual de las mezclas de colores, que son varias, cierto es. Y sus ojos de color indefinible tienen un aire a desteñido, como si hubiera llorado o reído toda su vida, imposible hacer la distinción. Y es que llorar y reír se parecen tanto que sería bastante inconsciente de mi parte decir que han llorado o reído toda su vida excluyendo la otra posibilidad que está tan cercana que lo hace a uno perder la cuenta de las cosas que dice para meterse en un torbellino de varias formas y capas, y más grande que ese grado cinco que salía en "Twister" y que le ponían pelotitas de plástico para así ubicarlo y salvar a la gente que se encontraba en el paso del tifón maldito. Y en realidad yo siempre le tuve buena al tornado y me daba como lata que le pusieran la correa, como si se tratase de un perro domesticado o un ente cualquiera reo del sistema este que apresa sin resquemor a cualquiera que no tenga la fuerza como para hacerse el loco y desistir de pagar contribuciones.
De cualquier forma, la mujer y sus ojos de vidrio están riendo (o bien llorando, ahora que noto la diferencia) y yo la estoy mirando y ni sé qué está pasando por su cabeza. Y me imagino que han de ser cosas importantes o cosas de mujer o de niña o de torbellino, porque son lo mismo a veces y pasa lo mismo que con el llanto y la risa, es imposible marcar una diferencia clara así mirando no más. Y mientras más contemplo a esta mujer, que no es mujer sino niña, me siento profundamente atraído por saber qué es lo que está pasando por su cabeza, que no es cabeza sino corazón, y que no es corazón sino ilusión, y tampoco es ilusión sino más bien otra cosa parecida a un sueño u onirismo del pasado y del futuro y de la ambigüedad de no saber donde se está parado (de forma clara, claro).
Y resulta que la niña, los ojos de vidrio y el pelo de torbellino lila y su sueño que no es sueño sino otra cosa están mirando para acá, todos y cada uno, y hasta el pelo, que no lo había visto antes porque se camuflaba con la mata de árbol lila que había detrás y que se estaba agitando como cabello por el viento que estaba potente (y que en realidad era la acción del torbellino ese que tiene en vez de corazón, o al revés, quien sabe) se vuelven una sola, y una sola “ella”. Y ciertamente me confunde esta situación, porque por más que intente describir a la niña esta sin corazón más me parece mujer con corazón y a la inversa, y todo se empieza a complicar mientras más intento desenredar la madeja del misterio que para mí ella se ha transformado. La curiosidad irrefrenable me lleva a pensar más y más en este asunto y seguir mirando a sus ojos de vidrio que parecieran estar llorando y riendo, y a su rostro de niña-mujer que parece estar llorando y riendo, y a su pelo de torbellino lila, que es igual al corazón y al pensamiento de ella. Porque de todas las cosas sólo sé que es "ella" y no otra cosa, y no puedo precisar con más detalle porque los detalles fueron robados por algún momento pasado en el que no noté qué era en lo que me estaba metiendo, y que resultó ser uno de esos sitios fuera de mis intentos de describir o comprender, un sitio del todo ajeno del que se da la oportunidad de fisgonear e intentar describir y mirar fijamente y nombrar como “ella” para amar desde una distancia segura, como diciendo que un día lograré estar de ese lado y tener los ojos de vidrio y el pelo lila azotándose como torbellino contra todo lo indescriptible, pero no todavía, porque no he pagado aun mis contribuciones.
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