¿Qué pasaría con Freud y Lacan, que, al menos en mi país, constituyen la religión dominante, si un día la gente descubriera, como propuso Osho, que prefiere hacer el amor hasta saciarse, veinte, treinta, cuarenta años, o diez días, y una vez cansada de ejercitar siempre el mismo deporte, y no obtener más que goces efímeros, decidiera cambiar de juego y se dedicara a vivir las veinticuatro horas del día, durante el sueño y durante la vigilia, en el reino de la imaginación? ¿Qué pasaría si un día cualquiera hubiera una explosión de creatividad en el planeta, y de repente nos comunicáramos telepáticamente, y encendiéramos la radio y notáramos que el interlocutor nos habla, y encendiéramos la televisión y percibiéramos que los actores nos miran, y dejaran de hacer falta las palabras para otra cosa que no fuera crear belleza?